(del Blog de la Academia Alfonsiana)
Nuestro interés, por ahora, es seguir queriendo enfocar el quehacer teológico desde la hondura de la estética como fuente de la ética. Y para ello, seguir apostando por sumar un lugar teológico importante, como es el arte y en este caso el arte literario. Literatos y poetas han podido mantener encendida esta llama existencial cuando otras disciplinas queriendo buscar lo fundamental se olvidan del mismo fundamento. Nos referimos a poder captar el amor no ya solo como una segunda naturaleza, o como una realidad que aunque importante queda relegada al mundo de las “pasiones”, de las “emociones”, las cuales a su vez desgraciadamente quedan relegadas a realidades menos fundantes del ser de los seres humanos. En cambio, sintéticamente, se podría afirmar que porque “amamos, luego existimos”, mejor aún, somos la existencia del amor, somos amor existiendo, realizándose en y mediante la historia, buscando la autenticidad mediante historias de amor.
Encarar la propia existencia en y desde el amor sigue siendo un gran desafío. Y, sin embrago, para los/as cristianos/as «Dios “es” amor», no hay mejor definición, tan profundamente metafísica como existencial. Y si somos hechuras de él, proyectados/as a su «imagen y semejanza», la cosa parecería simple: somos amor, pues solo en el amor nos realizamos y solo en el amor somos y seremos creíbles como seres humanos auténticos. De ahí que, nuestras actitudes, nuestros estilos de vida y comportamientos deberían configurarse en y desde el amor. Deberíamos ser capaces de proyectar un ordo amoris, como la estructura fundamental y el sistema más radical y ejemplar de nuestras existencias. Por ende, desarrollar una moral de amantes de la vida y de todo el ecosistema.
Siguiendo esta inspiración proponemos como lugar teológico algunas pinceladas que nos vienen de la vida y del aporte del gran poeta Rainer Maria Rilke (1875-1926), y en este caso como no hacer mención a su obra: Cartas a un joven poeta (1929: Briefe an einen jungen Dichter), un texto cargado de sensibilidad y sabiduría. El amor – como la vida – es sencillo, porque es su dato fundamental, pero desplegar la vida desplegando lo que ella es y puede ser, esto es, amor, es algo más complicado, pero no imposible, es un arte, es una tarea, es una creación constante. Porque ser humanos es ser cada cual uno mismo, pero en profunda relación con los demás, y ello es posible mediante al arte de amar y el arte de dejarse llevar profundamente por la lógica de dicho amor, se podría decir. Es un aprendizaje, desafiante como la vida misma.
Terminemos dejando hablar al poeta:
También es bueno amar, pues el amor es cosa difícil. El amor de un ser humano hacia otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación. Por eso no saben ni pueden amar aún los jóvenes, que en todo son principiantes. Han de aprenderlo. Con todo su ser, con todas sus fuerzas reunidas en torno a su corazón solitario y angustiado, que palpita alborotadamente, deben aprender a amar. Pero todo aprendizaje es siempre un largo período de retiro y clausura. Así, el amor es por mucho tiempo y hasta muy lejos dentro de la vida, soledad, aislamiento crecido y ahondado para el que ama. Amar no es, en un principio, nada que pueda significar absorberse en otro ser, ni entregarse y unirse a él. Pues, ¿qué sería una unión entre seres inacabados, faltos de luz y de libertad? Amar es más bien una oportunidad, un motivo sublime, que se ofrece a cada individuo para madurar y llegar a ser algo en sí mismo; para volverse mundo, todo un mundo, por amor a otro. Es una gran exigencia, un reto, una demanda ambiciosa, que se le presenta y le requiere; algo que lo elige y lo llama para cumplir con un amplio y trascendental cometido. Solo en este sentido, es decir, tomándolo como deber y tarea para forjarse a sí mismo “escuchando y martilleando día y noche”, es como los jóvenes deberían valerse del amor que les es dado. Ni el absorberse mutuamente, ni el entregarse, ni cualquier otra forma de unión, son cosas hechas para ellos, que por mucho tiempo aún, han de acopiar y ahorrar. Pues todo eso es la meta final. Lo último que se pueda alcanzar. Es tal vez aquello para lo cual, por ahora, resulta apenas suficiente la vida de los seres humanos (VII, Roma, 14 de mayo de 1904).
p. Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR