(del Blog de la Academia Alfonsiana)
Muchas palabras hoy en día están distorsionadas. En algunos casos varias palabras han perdido su significado original. Una de ellas es ciertamente la palabra “bien” que, privada de su relación con el kerygma y la historia de la humanidad, muchos creen que es una especie de autogénesis espontánea.
¿Qué es lo bueno? ¿Nuestras elecciones construyen caminos de bien? No cabe duda de que muchas veces muchas de nuestras elecciones están guiadas por el deseo de anteponer los intereses o bienes personales al bien común. Aquí surge el problema moral o, mejor aún, cuál es el bien moral en una situación dada, con la consiguiente reflexión sobre las normas morales que deben guiar nuestras acciones.
No es de extrañar que muchos, ante las adversidades de la vida, se pregunten por qué seguir haciendo el bien. ¿Vale la pena? ¿Cui prodest?
Esta cuestión puede abordarse desde diferentes puntos de vista. Si lo abordamos con la filosofía kantiana diríamos que hay que hacer el bien porque es razonable. Si fuéramos hegelianos recurriríamos al normativismo. Si siguiéramos el utilitarismo diríamos que debemos hacer el bien para sentirnos bien y para poder hacer sentir bien. Podríamos seguir dando otros ejemplos a partir de los diferentes enfoques filosóficos y religiosos.
Como creyentes cuando hablamos del bien nos referimos al encuentro personal y comunitario con Dios a través de Jesucristo que promete un camino hacia el bien. Ahora bien, nuestra experiencia del bien en Cristo Jesús tiene siempre un carácter histórico ya que se ubica dentro de la historia personal de cada hombre y está ligada a acontecimientos históricos que afectan a la humanidad de manera transversal.
Nuestra experiencia moral está ligada al acontecimiento de Cristo Jesús y está filtrada por la cultura en la que vivimos. La misma cultura, en algunos momentos históricos, da mayor o menor peso a algunas elecciones. Precisamente en el crisol cultural en el que vivimos es necesario ver los signos de los tiempos que Dios transforma en acontecimientos de salvación.
La experiencia cristiana está salpicada de la presencia de Dios que, a través de los acontecimientos, se hace providencia, e indica caminos a seguir de manera decidida para dar buenos pasos. Se podría decir que elegir el bien es decir sí a la propia vocación de hombres que viven en y para los demás en el camino de la salvación.
La experiencia moral del pasado, como relato verdadero que se convierte en magistra vitae, es capaz de cuestionar la conciencia del creyente, indicando opciones decisivas para el compromiso moral de hoy. No se trata de repetir elecciones pasadas sino de ser interpelados por los criterios de discernimiento que llevaron a identificar los pasos factibles hacia el bien.
La relación entre historia y kerygma, que da vida a las opciones y acciones humanas, nunca deja de ser historizada. Todo hombre, toda generación, debe partir siempre de nuevo del encuentro con Cristo Jesús, dando sentido a su acción por el Reino de los Cielos.
padre Alfonso V. Amarante, CSsR