Los riesgos de una nueva crisis de la deuda externa como la de los 80

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Durante la década de 1970 hubo dos grandes crisis energéticas relacionadas con el petróleo. La primera en 1973 tras la guerra árabe-israelí de Yom Kippur, la segunda en 1979 tras la revolución islámica en Irán y la guerra entre el propio Irán y el Irak de Saddam Hussein en 1980. En particular, la coyuntura de los años 80 79-80 se establece en movimiento otro fenómeno de crisis ligado al endeudamiento internacional de los países pobres que, como casi todos los demás países económicamente dependientes de las importaciones de petróleo, se encontraron de repente en un escenario económico radicalmente cambiado que, debido al elevado endeudamiento y a diferencia de los países más ricos, los hundió en una dramática crisis de deuda.

Además del shock petrolero que produjo un incremento del crudo de más de 20 veces respecto al precio anterior y por tanto un fuerte incremento en el costo de las importaciones, otros dos fenómenos contribuyeron al desarrollo de la crisis de la deuda que resultó ser devastador para las finanzas de estos estados. El primero fue el desplome de los precios de las materias primas, de las que estos países eran los principales exportadores, tras el desplome de la demanda provocado por la crisis energética y, por tanto, el desplome de los ingresos necesarios para pagar las deudas. El segundo fue el desarrollo de políticas de inspiración monetarista de los Estados Unidos y Gran Bretaña que provocaron que las tasas de interés se dispararan y produjeron una fuerte apreciación del dólar frente a todas las demás monedas, especialmente las de economías frágiles.

Todo esto se materializó en la “explosión” de los costos de la deuda y en el altísimo costo de las importaciones y requerimientos financieros, frente a los cuales los ingresos derivados de las exportaciones fueron del todo insuficientes, tanto que México, inevitablemente, en el verano de 1982 declarará la imposibilidad de pagar sus deudas. Siguiendo a otros deudores, en un inesperado efecto dominó, generalizado sobre todo en América Latina, se declaran insolventes, provocando el estallido de la crisis de la deuda internacional.

El reciente estudio presentado el pasado mes de octubre por el “Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo” (PNUD) titulado «Avoiding: too little, too late»  nos advierte que la deuda de los países más pobres entre los países en desarrollo ha vuelto a ser de alto riesgo, sobre todo tras la nueva crisis energética relacionada con el gas, combinada con las medidas monetarias para combatir la inflación por parte de los Bancos Centrales de los Estados Unidos y la Unión Europea. De hecho, a pesar de la adopción a fines del año 2000 de programas de reducción de la deuda, que en muchos casos se volvió impagable, el tema de los Países Pobres Altamente Endeudados poco o nada se ha resuelto y el número de países altamente endeudados, según el Informe mencionado, ha pasado de 36 en 1999 a 54 en la actualidad, de estos 26 están clasificados como “riesgo sustancial, extremadamente especulativo o insolvente”.

La gravedad de la situación económica y social la confirma otro Informe del PNUD, también de octubre de 2022, centrado en el “Índice de Pobreza Multidimensional” que analiza la pobreza combinando el nivel de renta per cápita con los diferentes aspectos de la vida cotidiana de las personas en situación de pobreza, tales como como: el acceso a la educación y la salud, el nivel de vida en cuanto a vivienda, agua potable, saneamiento y electricidad.

En resumen, parece que 1.200 millones de personas en 111 países viven en condiciones de pobreza “multidimensional” aguda, casi el doble de los considerados pobres por tener un ingreso inferior a $1,90 al día. El 50% de los pobres (593 millones) no tienen electricidad y gas para cocinar; casi el 40% de los pobres no tienen acceso a agua potable y saneamiento; más del 30% de las personas pobres se ven privadas simultáneamente de alimentos, combustible para cocinar, saneamiento y vivienda. La mayoría de los pobres multidimensionales (83 %) vive en el África subsahariana (579 millones) y el sur de Asia (385 millones). El estudio del PNUD propone la coordinación de todos los acreedores y el uso de cláusulas para los bonos del gobierno que apuntan a la resiliencia económica y fiscal, argumentando que en algunos casos incluso la deuda debe ser cancelada y que las medidas previstas por el G20 son del todo inadecuadas en comparación con los 16 billones de dólares asignados por el G7 en la pandemia 2020-2021.

Son consideraciones que hacen eco de los reiterados llamamientos del Magisterio social de la Iglesia a la condonación de la deuda, a la equidad efectiva y a una mayor solidaridad en las relaciones entre todos los países, en contraste con ese “imperialismo internacional del dinero” denunciado por Quadragesimo anno (n. 108). ya en 1931, que es uno de los factores que llevaron a la crisis de la deuda de los años 80 y la que se vislumbra en el horizonte, con el riesgo de dificultar aún más la consecución de la paz entre los pueblos, que hoy se encuentra peligrosamente amenazada. En este sentido, sería de suma urgencia reflexionar sobre lo que es necesario para construir la paz entre los pueblos, porque la paz “es obra de la justicia” (Gaudium et spes, n. 78), a través de la “cooperación al desarrollo” de todos pueblos (Populorum progressio, n. 87), que se realiza a través de la “solidaridad” (Sollicitudo rei socialis, n. 39), pero exige sobre todo el ejercicio de la caridad “indispensable para transformar los ‘corazones de piedra’ en ‘corazones de carne’ ”, para hacer la vida en la tierra “divina” y, por tanto, más digna del hombre (Caritas in veritate, n. 79).

Leonardo Salutati
Fonte: www.ilmantellodellagiustizia.it