(del Blog de la Academia Alfonsiana)
La conversión cristiana reclama el estar atentos/as al llamado del Dios-de-Jesús, a fijar la mirada en un doble movimiento, que puede ayudar a reorientar el camino de la vida en una doble dimensión. Se trata de mirar hacia lo profundo y de ver cómo accionar en el corazón de la realidad. Muy hacia adentro y muy hacia afuera, al mismo tiempo. Sin dualismos aunque no sin tensiones, complejas y paradojales.
Mirar a lo profundo, muy hacia adentro, redescubrir quiénes somos y podemos llegar a ser. Apuntar a rehabilitar la dinámica comunional de nuestra realidad relacional. Somos hechuras del Dios-Triunidad-comunional. Su misma dinámica nos configura y nos mueve desde lo más profundo a superar todas las tendencias individualistas, egocéntricas y egoístas, para expandirnos como seres humanos relacionales mediante relaciones humanizantes y liberadoras. Hemos sido creados/as, redimidos/as y santificados/as desde y mediante esa dinámica comunional. Desde la hondura de la identidad comunional, el ser humano se abre a su epifanía como alteridad. Esto le permite reconocerse en los diferentes tipos y niveles de relacionalidad con los demás y con toda la realidad ecosistémica.
Mirar hacia afuera para ver cómo accionar en el corazón de la realidad personal, social, estructural y sistémica. Puesto que se trata de una vivencia cristiana, la conversión ha de ser siempre encarnada en el aquí y ahora de la realidad histórica. Una mirada sapiencial y profética que descubra la llamada del Dios-de-la-Vida tanto en las grandes y pequeñas cosas que saben a presencia del Reino, como en los clamores profundos que nos recuerdan cuánto pecado hay que quitar de nuestro mundo. Estamos llamados/as a ser generadores/as de esperanzas, de utopías evangélicas, de espacios que hospeden y cuiden la vida en su integralidad.
Dicho esto, nuestros pasos de conversión personal y comunitaria deberían estar acompañados por esta doble dimensión, de modo tal que podamos discernir y decidir cuáles serán los gestos profundos y comprometidos, que nos permitan no solo realizar dicha conversión, sino manifestarla y celebrarla como signo que nos abrimos al regalo de la Redención, que no es otra cosa que la comunión liberadora.
Hacia dentro, emprender el camino liberador de prejuicios e imposturas mentales y afectivas, que no nos permiten abrirnos a la integración de estilos de vida y formas de teología que sean en verdad más evangélicas, más holísticas, sapienciales y proféticas, comprometidas con la liberación integral de nuestra humanidad y ecosistema. Hacia afuera, realizar gestos concretos de inclusión, de respeto por la dignidad humana, de acogida, de cuidado de las fragilidades, de salvaguarda ecológica integral.
Puedan las siguientes palabras, de una hermana teóloga (brasilera, laica, casada, madre de cinco hijos), servirnos de apoyo e inspiración para el camino cuaresmal:
«Adentro o fuera de la Iglesia y de las Instituciones religiosas; en ellas comprometidos radicalmente o a los márgenes de sus fronteras, los místicos y los testigos nos enseñan que experimentar el Misterio de Dios en medio al mundo lleva a una pasión ardiente por este mismo mundo y por la humanidad que lo habita, y a trabajar sin cesar por su redención y transformación y santificación. Sea cual sea su estado de vida, su condición social, sus capacidades intelectuales, ellos y ellas se recogen en la Cámara nupcial donde la experiencia del amor acontece con plenitud y delicia para meterse de lleno en la realidad desfigurada del mundo en el que viven, buscando configurarla según el deseo del Dios que les reveló misericordiosamente Su Rostro y les hizo participar de su Vida» (María Clara LUCCHETTI BINGEMER (1949), «Ser humano. Ser creado, redimido y santificado», en CELAM, Antropología trinitaria para nuestros pueblos, Multi-Impresos SA, Bogotá 2015, 153-183; 183).
p. Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR