(del original en inglés del Blog de la Accademia Alfonsiana)
La espiritualidad es fundamental en nuestro camino hacia la ecología integral. Si no cultivamos nuestra vida interior, no podremos cuidar eficazmente del mundo exterior, y viceversa. Es, por tanto, necesario “desarrollar una espiritualidad” (LS 240) que nos ayude a percibir la realidad de manera integral, reconociéndola como misterio gozoso de comunión y de relación.
La espiritualidad proporciona la motivación que necesitamos para “una preocupación más apasionada por la protección de nuestro mundo” (LS 216; EG 261). Incluso nos permite experimentar “la íntima conexión entre Dios y todos los seres” (LS 234), permitiéndonos alcanzar una experiencia mística. Necesitamos ese “impulso interior que anima, motiva, nutre y da sentido a nuestra actividad individual y comunitaria”. La vida del espíritu, en efecto, no debe disociarse “del cuerpo, ni de la naturaleza, ni de las realidades mundanas, sino vivida en y con ellas, en comunión con todo lo que nos rodea” (LS 216).
La naturaleza no debe reducirse a meros objetos que podemos conocer y, por tanto, dominar. Su misterio es una invitación a saborear, contemplar y vivir. Dios no se reveló para aumentar nuestro conocimiento, sino para establecer una relación de amor con nosotros. Toda la creación, en efecto, “está concebida para crear el lugar de encuentro entre Dios y su criatura”[1].
«El conocimiento que procede de los sentidos y de la inteligencia reduce pero no elimina la distancia entre el sujeto y el objeto, entre el “yo” y el “tú”. El amor, en cambio, genera atracción y comunión, hasta el punto de que se produce transformación y asimilación entre el sujeto que ama y el objeto amado. Esta reciprocidad de afecto y simpatía permite entonces un conocimiento mucho más profundo que el que aporta la razón sola. Lo expresa una frase célebre de William: «Amor ipse intellectus est», el amor en sí mismo es ya el comienzo del conocimiento. […] ¡Sin cierta simpatía no se conoce nada ni a nadie!”[2]
En esta perspectiva, conocimiento es sinónimo de “reconocer”, apertura al misterio, crecimiento en la sabiduría y en el amor. Como dice el Papa Benedicto XVI: “la inteligencia y el amor no están en compartimentos separados: el amor es rico en inteligencia y la inteligencia está llena de amor”.[3] El verdadero conocimiento está siempre abierto al amor y, a su vez, el amor conduce a un conocimiento más profundo, porque “donde la razón ya no ve, ve amor”.[4]
La espiritualidad y la contemplación son esenciales en nuestro mundo tecnocrático, “incapaz de ver la misteriosa red de relaciones entre las cosas” (LS 20). El consumismo desorienta “el corazón y nos impide apreciar todo y cada momento”. La espiritualidad, en cambio, purifica nuestro corazón y nuestras relaciones, ofreciéndonos valores y motivaciones para una forma de vivir más auténtica, sobria, fraterna y satisfactoria. Con prácticas como el ayuno, la abstinencia y la limosna, nos ayuda a vivir “en comunión con todo lo que nos rodea” (LS 216), a comprender que “menos es más” y a crecer “en la capacidad de ser felices con poco” ( LS 222).
Martín Carbajo-Núñez, OFM
[1] Benedict XVI, «Address at the opening of the 12th Ordinary General Assembly of the Synod of Bishops» (Oct. 6, 2008).
[2] Benedetto XVI, «General Audience» (Dec. 2, 2009), in OR (Dec. 3, 2009) 1.
[3] CV 30. «Non est perfecta cognitio sine dilectione, ergo ne perfectum verbum sine amore» Bonaventure, 1Sent. d.10 a.1 q.2 f.1 (Quaracchi I 197a).
[4] Benedict XVI, «General Audience» (March 17, 2010), n. 2.