Presentamos a continuación fragmentos seleccionados de un artículo escrito por tres profesores de la Academia Alfonsiana de Roma, en una traducción no autorizada al español. El texto original completo, en italiano, puede encontrarse en el sitio web de la Accademia Alfonsiana.
Tras la publicación de Fiducia supplicans, se escucharon voces y aparecieron escritos de diversa índole, tanto a favor como en contra de la declaración; hasta el punto de considerarlo una violación a la tradición de la Iglesia o nada más que una falsa apertura. Sea como fuere, se han agitado las aguas. No sabemos si esto es lo que se esperaba; pero, como dice un proverbio español, no hay mal que por bien no venga.
Sobre todo es positivo que se vean reacciones diferentes y que se hagan públicas con respeto y honestidad. En todo caso, no deja de sorprender como en algunos casos parece que el tema de la “novedad” de esta declaración haya sido aprovechada para atacar el enfoque del pontificado del Papa Francisco en su conjunto, subrayando incluso que tal disidencia no constituiría una falta de respeto y lealtad al Papa como sucesor de Pedro.
De todas las reacciones, quizás la que adquirió más notoriedad fue la Carta de África, que representa “diversas conferencias episcopales nacionales e interterritoriales de todo el continente africano”, que obtuvo el consentimiento del Papa y del prefecto del Dicasterio. Es una carta muy bien redactada, aunque se limita a repetir cuestiones ya abordadas, para afirmar únicamente que el episcopado africano, en virtud de su autoridad pastoral y con el criterio de evitar cualquier tipo de confusión, adoptará la siguiente línea: «Las conferencias episcopales prefieren en general -cada obispo sigue siendo libre en su diócesis- no ofrecer bendiciones a las parejas del mismo sexo.” Además de decir – no está claro en qué sentido – que el lenguaje de la declaración “sigue siendo demasiado sutil para ser comprendido por la gente sencilla”. Se trata de declaraciones que pueden aceptarse incluso sin una reacción corporativa y mediática similar, ya que tanto la declaración como la reacción tienen un tono pastoral legítimo, refiriéndose a formas ordinarias de inculturación y posibles formas de adaptación pastoral. Además, cabe señalar que no se trataría de “ofrecer” o promover activamente, sino sólo de estar disponibles para impartir ciertas bendiciones.
En resumen, se podría decir que la Iglesia se enfrenta hoy a un conflicto entre una visión pastoral evangélica-sapiencial-profética y una visión pastoral ligada a la observancia de rúbricas, limitada a lo permitido o no permitido, según reglas establecidas una vez para siempre, como si fueran inmutables. Y detrás de esto -cuestión quizás aún más alarmante- hay una especie de parálisis en torno a las formulaciones doctrinales, como si no se hubieran desarrollado a lo largo de la historia y no estuvieran llamadas a seguir evolucionando, con todas las transformaciones necesarias, siempre “a la luz del Evangelio y de la experiencia humana” (GS, n. 46). Es bueno, de vez en cuando, recordar que incluso el dogma mismo es un medio para un fin y no un fin en sí mismo y que, a veces, es necesario cuestionar su formulación para comprender si sigue siendo eficaz para transmitir el mensaje. verdad salvadora del Evangelio en la historia de hoy.
La apertura a estas formas de bendición que nos ofrece la Fiducia supplicans reitera que «por condicionantes o atenuantes, es posible que, dentro de una situación objetiva de pecado -que no es subjetivamente culpable- o no plenamente culpable, se puede vivir en la gracia de Dios, se puede amar y también se puede crecer en la vida de la gracia y de la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia» (AL, n. 305), y las bendiciones pueden ser una de las formas de esta “ayuda”. Nos recuerda que cada persona “conoce, ama y realiza el bien moral según sus etapas de crecimiento” (FC, n. 34) y que – como sostenía San Alfonso – la tarea de los pastores (el santo patrón de los moralistas habla de esto en relación con los confesores) es ante todo ser padres, luego médicos y, sólo al final, jueces. Finalmente, nos insta a considerar como prioridad, en la práctica pastoral, el inicio de procesos más que la ocupación de espacios (cf. EG, n. 223), para privilegiar lo que hace crecer la sociedad y ayuda a todos a integrarse en la comunidad eclesial.
A.G. Fidalgo, C.Ss.R. – R. Massaro – G. Del Missier