(se puede encontrar el original completo en italiano en el Blog de la Academia Alfonsiana)
El Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, el 21 de enero de 2024, el Papa Francisco inició oficialmente el Año de Oración. Los próximos meses nos conducirán al Jubileo de 2025, y es necesario preparar este especial año de Gracia con una oración intensa, ferviente, verdadera y sincera. Un año entero dedicado no sólo a la oración, sino también a redescubrir el valor de la oración personal y su absoluta necesidad en la vida de cada uno, de la Iglesia y del mundo entero. Cuando hablamos de oración, tenemos que hablar también de San Alfonso. En particular, él es conocido en todas partes por dos cosas: la canción “Tu scendi dalle stelle” y el aforismo: “Quien reza se salva, quien no reza se condena”. Hoy, como en tiempos de Alfonso, no podemos negar la necesidad de la oración para todo creyente. Las almas tibias pueden aducir muchas razones para justificar su falta de compromiso con la oración, tales como: No sé orar, no tengo el carisma de la oración, no tengo tiempo, orar es recitar fórmulas de memoria. … no es para mi, qué gano diciendo las cosas a Dios si ya las sabe, me aburre!
Alfonso, como hombre sabio y conocedor de la fragilidad del alma humana, compuso una obra titulada Sobre los grandes medios de oración (Del gran mezzo della preghiera) para fomentar la oración. Aquí escribe que: «La oración es un ancla segura para los que están en peligro de naufragar, es un inmenso tesoro de riquezas para los pobres, es una medicina muy eficaz para los enfermos, y es un seguro protección para aquellos que quieren conservarse en la santidad.»; te permite abrirte a la Gracia para realizar diariamente la voluntad de Dios y alcanzar tu propia santificación; hace amigos de Dios, es diálogo interno con Él, fuente de fortaleza y creatividad indispensable para la vida moral.
Para San Alfonso la oración debe ser una conversación continua y familiar con Dios, no una oración hecha de miedo, vergüenza, espanto o, peor aún, hecha de tristeza o amargura. Orar es mantenerse con amor, confianza y familiaridad con Dios y la imagen que ofrece es la del diálogo entre amigos, o mejor dicho con el amigo más cercano. Para ser familiar, la oración debe ser frecuente e intensa. Conversar con Dios no puede ser apresurado o marginal en un día. A esto hay que dedicar al menos el principio y el final del día. «No debemos dejarnos bloquear por la dificultad de encontrar tiempo. Si estamos convencidos de la necesidad de la oración, podremos “inventar” el tiempo para ella, recuperando lo que corremos el riesgo de desperdiciar”. La oración no escapa al dinamismo de la gradualidad. Es un camino de crecimiento hacia la perfección cuyo culmen es el amor de Dios. La oración viva de mediocre pasará a ser ferviente, de poca pasará a ser frecuente, habitual porque, si Dios está siempre presente en el hombre, el hombre también debe estar siempre presente para Dios; con el tiempo, de una oración discursiva y atormentada se pasará a ser una oración de simple mirada de quietud, de oscura a luminosa, hasta llegar a las alturas de la contemplación. La conclusión de toda oración es la apelación a María. No tenemos acceso al Padre sino a través del Hijo, que es mediador de la justicia, pero no tenemos acceso al Hijo sino a través de la Madre que es mediadora de las gracias y nos obtiene con su intercesión los méritos que Jesús obtenido para nosotros.
Queriendo resumir el pensamiento alfonsiano sobre la oración, podemos decir que orar es respirar, es ciertamente una necesidad vital, pero también es natural, no hace falta que nadie nos enseñe a respirar, ya estamos capacitados para ello. Entonces, si oras y hablas cara a cara con Dios, nadie tiene que enseñártelo, no requiere tiempo aparte. Necesitamos aprender a hacer de cada momento de nuestra vida una oración, un pensamiento constante dirigido a Dios, desde el agradecimiento por el regalo del nuevo día hasta el agradecimiento por el día que me diste, hasta la confianza en el sueño, hay muchos pensamientos que abordar a Dios, y todas son oraciones. Y cuando cerramos los ojos para quedarnos dormidos, que los latidos de nuestro corazón sigan dando ritmo de alabanza al Dios del Amor.
Profesora Filomena Sacco
(el texto es una referencia al original en una traducción libre de Scala News, no autorizada para la publicación)