La situación actual
Vivimos en un mundo que ha sido definido, desde hace mucho tiempo, como “aldea global”. Con los actuales medios de comunicación y de transporte, podemos viajar y asistir a la mayor parte de eventos que tienen lugar en el mundo actual. Constatamos que hay mayor libertad de expresión y mayor reconocimiento de los derechos, al menos en algunas partes del mundo. Por otro lado, hay un aumento del individualismo que impregna casi todas las estructuras de la actividad humana y lleva a evidenciar una creciente sensación de aislamiento, soledad y ausencia profunda de significado.
En la Iglesia tenemos un “nuevo Papa” que, a menudo, nos sorprende con sus opiniones y sus juicios expresados abiertamente. Sus documentos, como Evangelii Gaudium, Misericordiae Vultus e Laudato Siì, nos ofrecen una muestra de las “preferencias y estilo” con los que intenta conducir a la Iglesia. El Sínodo para la Familia ha finalizado. Casi al mismo tiempo, se ha clausurado el Año de la Vida Consagrada, que nos ha invitado a “despertar al mundo”. En nuestra Congregación estamos celebrando en este momento el Año Jubilar del Icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro y preparando el XXV Capítulo General. Es en este contexto en el que nosotros, Redentoristas, estamos celebrando el Jubileo Extraordinario de la Misericordia.
El tema de la renovación de los corazones y de la esperanza ha aparecido muchas veces en nuestros diálogos, encuentros y debates del últimos sexenio. Mientras nos preparamos para celebrar el próximo Capítulo General, nos será útil pararnos y preguntarnos de nuevo: “¿Somos personas con renovados corazones y esperanza, prontos para proclamar el Evangelio de Jesús en el mundo de hoy, que cambia rápidamente? ¿Cuál es la fuerza que nos guía y que nos une para involucrarnos nosotros mismos en el proceso de restructuración? ¿Esto, para nosotros, es sólo una forma de cambiar las estructuras o es también un modo para poder encontrar en nosotros mismos la convicción profunda de que estamos en la senda que ha establecido el Señor para nosotros?”
El reto de la conversión
Nuestras Constituciones se refieren a nosotros como “apóstoles de la conversión” y nos señalan como objetivo principal de nuestra predicación la capacidad de conducir al pueblo de tal modo que pueda tomar una decisión radical con respecto a su vida: la opción por Cristo (cf. 10 – 12).
Esto representa un desafío real para nuestra vida misionera, pero no debemos olvidar que, antes de conducir a los otros a la conversión, debemos convertirnos nosotros mismos y hacer nuestra propia opción por Cristo. Sencillamente no podemos dar a los otros aquello que no poseemos.
El reto de la conversión no consiste, principalmente, en cambiar estructuras sino, ante todo, en la conciencia de la presencia del Redentor en medio de nuestras comunidades. La Constitución 23 nos recuerda que, con nuestro seguimiento de Cristo, entramos en una relación íntima y personal con Él, que está presente en el corazón de toda comunidad, formándola y sosteniéndola.
Es la persona del Redentor la que inspira y estimula nuestra conversión. Además, Él nos invita a emprender las iniciativas que están ligadas a nuestra vida y nuestras estructuras (cf. Cons. 23). Nos conduce en nuestro compromiso de proclamar su Redención al mundo de hoy. El debate sobre los nuevos métodos y las nuevas estructuras sólo tiene significado en este contexto.
Tocados por la Redención y la Misericordia
Para nosotros, los Redentoristas, la renovación debe ser entendida como un proceso a través del cual, leyendo los signos de los tiempos, se nos convoca a responder a las necesidades de aquellos que nos han sido confiados por la Iglesia, y de aquellos que son excluidos por el mundo de hoy, los que viven en los márgenes: los abandonados.
Compartir la misión del Redentor es el principio unificador de nuestros diversos cometidos (cf. Cons. 52) y el auténtico propósito de la renovación de nuestros corazones y mentes a la que estamos llamados, dentro del proceso de reestructuración.
Mientras que, ciertamente, vivimos nuestro Carisma a través de diferentes ministerios, aquello que nos une como Redentoristas es la llamada a ser misioneros de la Redención y de la Misericordia.
Con todo, si continuamos en el mundo de hoy la misión de Jesús, si predicamos la misericordia y la Redención sobreabundante, debemos, antes de nada, ser tocados o permitirnos a nosotros mismos dejarnos tocar, en nuestra vida personal, por esa misma Redención y esa misma Misericordia. ¿Nos ha ocurrido ya? ¿Estamos inflamados por el amor de Dios, hasta el punto de no poder esperar a compartirlo?
Misericordiae Vultus
El 13 de marzo de 2015, el Papa Francisco proclamó el Jubileo Extraordinario de la Misericordia con la Bula Misericordiae Vultus, publicada dos días antes.
El contenido de la Bula encuentra su sentido y significado en un pasaje importante de la Exhortación Evangelii Gaudium que, de alguna manera, constituye el programa del ministerio petrino de Francisco, y puede constituir además para nosotros un verdadero reto como Redentoristas: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan…. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre” (EG 24).
Misericordiae Vultus, desde el principio, nos dice muy claramente a quién debemos mirar para encontrar la fuente de la Misericordia: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre (…) Jesús de Nazaret, con sus palabras, sus gestos y con su entera persona nos revela la Misericordia de Dios” (MV 1). Aunque también define la Misericordia como la ley fundamental que brota en el corazón de todo ser humano: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es el puente que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV 2).
Sin duda ninguna, debemos leer este documento con mucho interés, y nos inspirará. Me gustaría subrayar solamente algunas imágenes y aspectos que se refieren, de forma más específica, a nuestro carisma y a nuestra misión en el mundo.
Imágenes: Peregrinación y Puerta Santa (cf. MV 14)
La Peregrinación
Cada uno de nosotros es un peregrino. Como seres humanos, todos caminamos a través del camino de la vida en busca de verdad, sentido y belleza. Nuestra vida es un viaje, y la idea de la peregrinación expresa muy bien esta verdad. Avanzar no significa exactamente moverse de un lugar geográfico o alcanzar un destino, pero es el objetivo de la vida.
En nuestro mundo redentorista, tanto local como globalmente, también somos peregrinos. Todos tenemos nuestras pequeñas o grandes responsabilidades: objetivos a cumplir, tareas que llevar hasta el final, decisiones que tomar. Recordamos a cuantos han caminado antes que nosotros y, un día, las generaciones futuras, recordarán a quienes han realizado la misión de la Congregación antes de ellos.
Es de crucial importancia recordar que nuestra peregrinación no son unas vacaciones. Como misioneros, no hemos sido llamados a hacer turismo. Hemos sido invitados a seguir al Santísimo Redentor, que nos guía y nos habla durante la peregrinación. Mientras caminamos, nos encontramos con el mundo y con las personas en sus propias peregrinaciones. Tenemos la sensación de que somos parte de algo más grande, algo que no podemos ignorar (cf. Cons. 1).
A lo largo del camino nos encontramos con personas que necesitan de la misericordia y del perdón de Jesús. Nos encontramos con gente que viene a nosotros buscando verdad y sentido. En estos encuentros, también descubrimos que estamos necesitados de misericordia.
Mientras hacemos nuestra peregrinación como Congregación, tenemos que discernir si nuestro viaje es de verdad una peregrinación. Debemos ser capaces de seguir los pasos y la voz de Aquel que nos conduce. En nuestra peregrinación como misioneros, estamos llamados a ser misericordiosos, a mostrarla a todos los que necesitan amor, compasión, perdón y verdad, especialmente a los más abandonados (cf. Cons. 3).
Además, la peregrinación también incluye la posibilidad de la conversión. El peregrino está invitado a la conversión de la mente y del corazón de tal manera que se deje conducir por una profunda relación con Dios. La peregrinación es una parábola de fe y esperanza; es una parábola de
espera y de futuro (cf. Cons. 40-42).
En definitiva, nos damos cuenta de que toda peregrinación nos recuerda el Misterio Pascual de Jesús. Hemos de pasar de la muerte a la vida, de la duda a la luz, de las seguridades de un mundo viejo e inamovible, a uno nuevo y lleno de desafíos.
La Puerta
A lo largo de nuestra vida cruzamos muchas puertas: anchas y estrechas, antiguas y nuevas. Normalmente, al cruzar sus umbrales no reparamos en su significado y simbolismo.
Cuando una puerta está cerrada, nos señala una realidad concreta: un lugar al que no podemos acceder. Cuando la puerta está abierta, nos invita a cruzarla hacia algo nuevo, de una habitación a otra, de una realidad a otra diferente.
En la tradición cristiana, la imagen de la puerta evoca el paso del pecado a la gracia al que todo cristiano es llamado. Jesús nos dice: “Yo soy la Puerta” (Jn 10,7). Cruzar esa puerta significa manifestar firmemente que Jesús es el Señor. Una decisión que presume la libertad de elección y también el valor de dejar atrás todo lo demás, sabiendo que lo que conseguimos es la vida divina (cf. Incarnationis Mysterium 8).
La puerta es símbolo de un nuevo acceso a Cristo Redentor, que llama a todos y cada uno, sin exclusión, a participar de los frutos de la Redención y de su misericordia.
En nuestro mundo redentorista, como misioneros de la misericordia del Señor, estamos invitados a tener abiertas las puertas de nuestras iglesias y casas. Es muy importante que aquellos que necesitan de la misericordia puedan acercarse a nosotros y sentirse acogidos.
No es fácil abrir la puerta y permanecer disponible, estar allí para acoger y ofrecer aquello que debemos ofrecer siempre: la misericordia de Dios y una palabra de consuelo.
Tener la puerta abierta implica asumir el riesgo de que los que están fuera puedan ver aquello que a lo mejor no queremos que vean. Pero no hay que darle a esto demasiada importancia. Lo realmente importante es que, cuando abrimos la puerta, nos damos cuenta de cuántos necesitan la misericordia de Dios, amor y compasión. Y esto pone a prueba nuestro celo, nuestra fidelidad y también las estructuras que usamos para evangelizar a los abandonados y a los pobres. Quizás nos demos cuenta de que nuestro “pequeño” mundo misionero está tan bien establecido y perfectamente protegido por una “santa” estructura, que aquellos que buscan la misericordia de Dios no son bien recibidos y sólo pueden recibir unas migajas de la Mesa del Señor.
Se nos invita a ser más conscientes de que, en realidad, no somos nosotros aquello que la gente desea, sino la misericordia de Dios y su perdón. Simplemente debemos tener el valor de abrir la puerta y ofrecerles a “Aquel” a quien verdaderamente están buscando.
– ¿Ve Ud. y entiende su vida espiritual como una “Peregrinación”?
– ¿Está preparado para abrir la puerta de su vida a aquellos que están buscando las misericordia de Jesús y su compasión?
– Las estructuras que le rodean en su vida redentorista, ¿facilitan su disponibilidad para la Misión de la Congregación en su Unidad y en la Congregación en todo el mundo?
Ante el Icono
Continuando las celebraciones del Jubileo del Icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro, queremos confiarle a Ella nuestra misión en la Iglesia y a todos aquellos que están buscando la misericordia de Jesús y su Perdón. Con nuestros corazones y nuestras mentes renovadas, ponemos toda nuestra confianza en Ella, invocada como Madre de Misericordia. Unamos nuestros corazones y mentes a las palabras del Papa Francisco:
El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor. (…) Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús (MV 24).
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UN SOLO CUERPO es un texto de oración mensual propuesto por el Centro de Espiritualidad Redentorista. para más información: P. Piotr Chyla CSsR (Director del Centro de Espiritualidad, Roma) – fr.chyla@gmail.com