Durante los días 14 al 16 de septiembre, tuvo lugar en el Perpetuo Socorro de Madrid el encuentro de los Redentoristas jóvenes de nuestra provincia. Un total de 16 personas se congregaron en el espacio conocido como “la Escuela”, donde pudieron mantenerse y cuidar todas las precauciones y medidas sanitarias de seguridad que exigen los tiempos actuales.
Entre los participantes, a parte de los jóvenes ya profesos, se encontraban los dos nuevos postulantes, que también acudieron a la cita, así como el P. Provincial, que acompañó el encuentro en todo momento.
Estos días de encuentro estuvieron centrados en el marco de una formación, llevada a cabo por el claretiano Luis Alberto Gonzalo. El tema elegido para estructurar las distintas sesiones fue “la comunidad”, a través del cual, en un buen ambiente de diálogo y escucha, que posibilitaron compartir con libertad y respeto los propios puntos de vista, se fueron analizando los modelos comunitarios de nuestra realidad provincial, así como atisbando las posibles líneas que podrían seguirse a la hora de intentar buscar una mejor calidad de vida fraterna en nuestras comunidades.
En primer lugar, a raíz de la presentación de varias frases sobre lo que se piensa qué es la comunidad, pudimos ir desgranando intuiciones tales como que la realidad de nuestras comunidades es tan compleja como la propia vida de los que la integran, y que el don de la comunidad se basa en la aceptación de la pluralidad que la forma. La vida comunitaria es un ideal al que todos debemos aspirar, pero siendo conscientes de que la comunidad ideal no existe. Vivimos en comunidades con estilos y realidades muy diversos, y debemos buscar y discernir los modos que mejor se adecúen a la consecución de dicho ideal. Esto significa derrumbar la concepción arraigada de que “hay estilos comunitarios que no pueden cambiar”. Sí se puede, pero exige de cada uno de nosotros buscar los dones que cada uno podemos aportar para que la comunidad sea un espacio de crecimiento y acogida para todos sus miembros.
A tiempos nuevos, comunidades nuevas. Todos coincidimos en que la inter-generacionalidad no debe ser un problema que obstaculice la vida fraterna. El binomio jóvenes-mayores, cada uno con sus ideas sobre cómo vivir la comunidad, no es lo que frena el crecimiento comunitario. Cada uno ha de ser responsable de que se cree un buen clima en la comunidad en que vivimos en este momento; debemos discernir personalmente y reflexionar sobre qué es aquello que debo dejar ir para que algo bueno y nuevo pueda venir; es decir, qué actitudes y comportamientos en la propia vida frenan ese crecimiento y qué puedo cambiar en mí para que haya una comunidad ante la cual uno pueda asombrarse y exclamar: “mirad cómo se quieren”.
Precisamente, el afecto y cariño debe reinar en nuestras comunidades, aprendiendo a mirarnos, a escucharnos y a preocuparnos los unos por los otros. Dejar atrás las relaciones meramente formales y sentir al Dios que nos une y congrega habitando en el cohermano, posibilitando el encuentro y fomentando los tiempos compartidos y dándole a ese tiempo la “calidad sagrada” que merece: vivir juntos, celebrar juntos, distenderse juntos, compartir entre nosotros los triunfos y fracasos, emoción, pasión… crear un clima en el que poder expresarse libremente, sabiendo que el cohermano no está ahí para herirme, sino para sanarme. La comunidad debe ser espacio de misericordia y perdón: aprender a perdonar y a pedir perdón son claves para el crecimiento comunitario, mirando al hermano como Jesús miraba a la adultera y poco a poco ir soltando las piedras de nuestras manos.
Hemos de buscar. Juntos. Salir de donde estamos, de nuestras comodidades, y pensar de otra manera para experimentar la novedad en la relación a través de la escucha para, así, descubrir la emoción compartida de vivir juntos un mismo carisma. Por ello, la comunidad debe ser un espacio de misión, respuesta actual al mandato del Reino y, de esta manera, ir conquistando lentamente un espacio común para convertir nuestras comunidades en lugares proféticos de humanidad para el mundo, que reflejen aquello que apunta al Reino: fraternidad, aceptación, solidaridad, justicia, pluralidad, paz.
Como individuos comunitarios, debemos ser líderes del cambio, tener los objetivos claros, buscar la fuente y la espiritualidad para simplificar nuestras vidas y centrarnos en lo importante, con el deseo de estar dispuestos a pagar el costo de amar sin medida, reconociendo los errores, felicitando los éxitos, trabajando los unos en favor de los otros, en un espacio común (físico y espiritual) donde la reconciliación sea posible, viendo en el cohermano un mundo, seguramente muy distinto al mío, que también debo cuidar como casa común.
Estos días de formación nos dejaron un muy buen sabor de boca, no sólo por las intuiciones y el diálogo compartido, sino también por el encuentro fraterno entre los cohermanos. La alegría, la acogida y los momentos compartidos nos han dado fuerza, ilusión y motivación para vivir con esperanza un tiempo incierto, pero bello, si lo vivimos desde la auténtica y sincera comunidad.
Carlos A. Diego Gutiérrez.
(NER658-octubre2020)