ESPIRITUALIDAD Nuestro más importante desafío

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Communicanda I – 1997-2003


COMMUNICANDA N. 1

Roma, 25 de febrero de 1998

Nr. Prot. 0000 0028/98

     Queridos Cohermanos,

  1. “En todo momento damos gracia a Dios por todos vosotros, recor-dándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor” (1 Tes 1,2-3). Han transcurrido cinco meses desde la clau-sura del XXII Capítulo General y, en este día aniversario de la apro-bación de nuestras Constituciones, os hacemos llegar este docu-mento que quiere ser como una prolongación del Capítulo y, al mis-mo tiempo, una indicación de la línea a seguir durante nuestro servi-cio a la Congregación.
  2. El Capítulo confió al Gobierno General la redacción de esta Com-municanda a fin de que profundizara en el Mensaje y en la Orien-taciones ya enviadas a toda la Congregación (Postulado del XXII Capítulo General, 1,1.4). Como bien sabéis, el centro de estos do-cumentos capitulares lo ocupa la espiritualidad, asumida como tema para el actual sexenio, y, a cuya luz, la Congregación quiere com-prender y vivir todos los aspectos de su propia vida. La petición, sin embargo, de que se tratara este tema, fue recurrente en algunas Re-uniones Regionales preparatorias del Capítulo, confirmando así, que era una necesidad sentida en gran parte de nuestra Familia misio-nera.
  3. Creemos, además, que la elección de la espiritualidad ha tenido en cuenta el camino recorrido en los últimos decenios y que fue trazado en los Capítulos Generales, con los respectivos documentos finales y, en particular, con el empeño de “acentuar el anuncio explícito, pro-fético y liberador del Evangelio a los pobres, al mismo tiempo que nos dejamos interpelar por ellos” (XXI Capítulo General, Documento Final, 11). Dentro de este contexto es como la opción por la espiri-tualidad se nos revela en toda su profundidad y urgencia.
  4. Esta Communicanda no pretende abordar el tema de la espirituali-dad de forma exhaustiva o doctrinal. Queremos dirigir una reflexión sobre el tema propuesto por el Capítulo General ofreciendo a cada uno de vosotros ayuda para ser redentorista hoy. Por una parte, esta-mos convencidos de que la espiritualidad es esencialmente “expe-riencia personal y comunitaria de Dios en Cristo Redentor por medio del Espíritu Santo”, y, por otra, que debemos tener presentes las ne-cesidades de las diversas Regiones. Deseamos, además, que cada Unidad haga de este documento un uso “compartido” en la forma y manera que le sea posible.
  5. Notamos el grave riesgo – que el propio Capítulo General ya se temió – de que el tema de la espiritualidad nos llevara lejos del ter-reno propio de la misión y de donde están las graves urgencias de la misma. Aclaremos en seguida, que “espiritualidad” no significa inti-mismo, ni abandono de las propias responsabilidades personales o del necesario compromiso con nuestra historia. No queremos teori-zar sobre la espiritualidad, sino fijarnos de forma muy concreta tanto en las obligaciones normales como en aquellas otras necesidades que requieren nuestra efectiva atención. Además de nuestros bue-nos deseos, contamos también con la colaboración de los laicos, que en los últimos tiempos se ha ido afianzando cada vez más en los proyectos de las diversas Unidades. Si ellos, por una parte, pueden “asimilar” nuestra espiritualidad viviendo con nosotros, frecuentando nuestro ambiente y trabajando con nosotros, también pueden, por otra,                                   ayudarnos a mantenernos en un contacto más estrecho con la realidad y con la dimensión cotidiana de la vida.
  6. Otro peligro que deseamos evitar: afrontar el tema de la espirituali-dad simplemente porque así lo exija una cultura en boga. Somos conscientes de hasta qué punto la espiritualidad es un tema que está hoy día de moda, incluso como fenómeno de éxito comercial. Un ver-dadero y auténtico “supermercado de la espiritualidad”, que va de la new age a las sectas esotéricas, seduciendo a muchos de nuestros contemporáneos; este fenómeno tiene muy poco en común con las exigencias propias de una fe revelada que parte                                   de una “escucha” obediente a la Palabra y tiende al encuentro responsable con una persona, Jesucristo.
  7. La espiritualidad es fuente de unidad para toda la Congregación. No podemos olvidar, sin embargo, la gran diversidad de situaciones y de intereses que se dan dentro de ella: tanto con respecto a Regio-nes y culturas, como a personas. Entre los cohermanos, unos, afortu-nadamente, poseen una espiritualidad más consolidada, otros ex-perimentan una especie de “desmorona-miento” interior, mientras otros, finalmente, están a la búsqueda de algo que aún no han encon-trado. Se trata de situaciones interiores que no dependen de la edad y en las que se entrelazan misteriosamente la gracia de Dios y las circunstancias de la vida; pues bien, teniendo en cuenta esta diver-sidad de situaciones, rogamos a cada Unidad que haga a estas nuestras reflexiones aquellas acomodaciones que crea oportunas.

Motivos de una elección

  1. Ante todo, consideramos fundamental preguntarnos: ¿Por qué el Capítulo General eligió la espiritualidad como el más importante de-safío para toda la Congregación durante los próximos seis años? La respuesta que demos a esta pregunta será la que nos permita abor-dar de forma adecuada este tema. Exponemos algunos motivos que son, a nuestro parecer, los que más se aproximan a la realidad; y nos gustaría que esta propuesta fuera analizada y profundizada tam-bién a nivel local.
  2. Nuestra primera impresión es que en la Congregación se ha con-statado un exagerado activismo o, al menos, una desproporción en-tre la reflexión y las numerosas actividades que tenemos. En otras palabras, que todos necesitamos darle a la actividad sus últimos y verdaderos móviles, y sabemos que para nosotros, redentoristas, los móviles se orientan esencialmente a una persona, “la única de la que hay necesidad” (Lc 10, 42), Jesucristo Redentor. Esta necesidad vie-ne confirmada claramente por el mismo Capítulo General cuando dice que nuestra “principal preocupación debe ser el puesto que ocupa Dios en nuestra existencia” (Mensaje final, n.3). Es ésta una observación que no podemos olvidar y cuyo contenido se convierte para cada uno de nosotros en fuente de gozo: en la medida en que nos esforcemos por situar a Dios en el centro de nuestra vida, en esa misma medida nos realizaremos en plenitud.
  3. Creemos oportuno avanzar otra hipótesis que esclarece la elección del Capítulo: se encuentra claramente vinculada al momento histórico en que vivimos. Muchos de los nuestros conservan la impronta de una formación – nos referimos a los años anteriores al Concilio Ecu-ménico Vaticano II – que se inspiró, en gran parte, en las normas y en los valores propios de la observancia. Los años siguientes han visto afianzarse una antropología diversa y una formación en conso-nancia con ella, cuyo centro lo ocupaba la realización de la persona y su libertad. El balance de estos últimos años nos ha hecho compren-der que estos modelos no se excluían mutuamente. Ahora bien, mi-entras para algunos el primer modelo ha favorecido tal vez una “ob-servancia sin corazón”, para otros el segundo modelo ha dado lugar a veces una “libertad sin metas”. Con frecuencia, el diálogo ha sido inútil o ha hecho detener la marcha, los proyectos apostólicos han revelado ser de corto alcance, la identidad de las personas ha en-trado en crisis. Creemos que el Capítulo General ha visto en la espi-ritualidad el elemento capaz de dar sentido a la libertad dentro de la comunidad, delineando un posible y más creíble camino para el próximo futuro.
  4. Nuestra “necesidad” de espiritualidad puede tener todavía otra ex-plicación. Vivimos un tiempo de “continuo cambio” y de progreso tecnológico acelerado (aunque este desarrollo no sea igual en todas las Regiones). Nos cuesta seguir el ritmo de nuestro tiempo. Inno-vaciones no sólo tecnológicas o científicas, sino, más aún, profunda-mente culturales, ponen a dura prueba nuestros horizontes mentales. Si en el pasado nuestra Regla de vida, nuestras tradiciones, nue-stros “modelos” ordinarios, o los santos de nuestros altares consti-tuían para nosotros puntos de referencia bastante plausibles y creíbles, hoy, por el contrario, nos encontramos en el umbral de un futuro que no sabemos qué nos deparará. Vemos lo difícil que es hablar del seguimiento de Cristo a un mundo que parece no tener a quien seguir. Necesitamos, por consiguiente, como un “contrapeso” que nos impida vivir constantemente en la superficialidad. Necesi-tamos algo que nos ayude a lograr una síntesis interior, independi-ente de factores externos siempre cambiantes, y este “algo” lo ha visto el Capítulo en la espiritualidad.
  5. En todo caso, este esfuerzo por ir al ritmo de los tiempos lo vemos en la teología. Por ejemplo, ¿hasta qué punto, en los últimos tiempos, no ha ensanchado su horizonte el concepto de redención? Si mu-chos de los nuestros se formaron en una rigurosa atención a la “sal-vación del alma”, vemos también cómo este concepto ha ido am-pliándose gradualmente hasta abarcar la salvación integral de la persona (cfr. Const. 5); hemos comprendido, igualmente, que la Copiosa Redemptio nos ponía ante una nueva relación con otras culturas y religiones, al tiempo que veíamos que tampoco podían excluirse de nuestros intereses ciertos problemas como la ecología, la defensa de los derechos humanos, etc. En un plano exclusiva-mente teórico, no nos resulta difícil comprender esta relación, pero en la práctica, ¿cuántos no han acusado un decaimiento en el “celo misionero”, justamente por ver que se encontraban ante un compro-miso nuevo superior a sus fuerzas?
  6. Es cierto que contamos con numerosos medios de estudio y de formación mientras se multiplican iniciativas en el ámbito de la for-mación permanente, bien con motivo de ocasiones extraordinarias (centenarios de nuestros Santos, beatificaciones, etc.), bien en el “ordinario” proceder de las diversas Unidades, aún así, reconoce-mos que la renovación profunda de nuestra vida no siempre ha ido en consonancia con el enorme esfuerzo que ha supuesto organizar estas iniciativas. Sufrimos también en lo más profundo de nosotros mismos la ruptura entre fe y vida que continúa siendo uno de los síntomas de nuestro tiempo. Al multiplicarse las ocasiones de toma conciencia y de animación, advertimos de forma aún más lacerante la dificultad que entraña encarnar en la vida diaria aquello que des-cubrimos.
  7. Esta ruptura interior y existencial se refleja indudablemente también en nuestro modo de orar. El Capítulo General de 1991 recordaba ya entonces: “Abandonadas las que se consideraban “prácticas espiri-tuales” inauténticas o no adaptadas a la situación actual, no han sur-gido otras capaces de llenar del todo el vacío producido” (Documen-to Final, 33). El resultado de esto, en las comunidades, ha sido la general ausencia de un programa de oración y, de forma más am-plia, el “vacío” espiritual que muchos cohermanos padecen. Ante determinados ambientes nuestros – espiritualmente “anémicos” – cabría preguntarse si puede hablarse en ellos de comunidad reli-giosa. Cabría preguntarse, igualmente, si a la luz de la “consagra-ción”, es legítimo dejarse arrastrar por un contexto secularizado. Hay que preguntarse también si esta forma de proyectarse (o de no pro-yectarse) la comunidad, ofrece un mínimo de atractivo a las nuevas generaciones. Es éste un punto sobre el que cada uno debería ex-aminar su propia cuota de responsabilidad.
  8. Frecuentemente, este “vacío” espiritual ha dado pie a los coher-manos para una “fuga” hacia otras espiritualidades o movimientos eclesiales a fin de buscar, tal vez fuera, lo que no encontraban dentro de la comunidad. Estamos convencidos de que a ninguno se le pue-de negar el derecho al propio desarrollo personal y espiritual, pero ese fenómeno invita a hacerse algunas preguntas muy concretas: ¿Está en condiciones la comunidad de crear el ambiente idóneo para la plena realización de los cohermanos? ¿Ofrece a las perso-nas el espacio “humano” adecuado para que expresen sus más pro-fundo anhelos? ¿Se da respuesta a esos anhelos dentro de un con-texto de “comunidad con una organización adecuada” (Const. 44-45; Est. 041) y un proyecto apropiado de oración?
  9. No deben dejarnos indiferentes el número de cohermanos que, tras algunos años de consagración o de ministerio, abandonan la Con-gregación: el propio hecho de que algunos manifiesten después su insatisfacción por la salida, hace que nos preguntemos si en su mo-mento les ayudamos a realizarse humana y espiritualmente. Aún cuando en tiempos anteriores a los nuestros se dieran también ca-sos como éstos, o suceda algo parecido en otras familias religiosas, no por ello debemos dejar de hacernos algunas preguntas: ¿Qué buscaron y no encontraron estos cohermanos en la comunidad re-dentorista? ¿Nos consideramos mutua y fraternalmente respon-sables de la vocación de los demás? Estas preguntas deben llevar-nos a pensar no sólo en los cohermanos que nos abandonaron, sino también en los que, aún permaneciendo en la Congregación, van de modo imperceptible y muy a pesar suyo, acomodándose a un estilo de vida sin coraje y que pone en tela de juicio las motivaciones más hondas de nuestra vida en común.
  10. De modo general, vemos que en nuestra vida diaria, en las relacio-nes interpersonales, en la cura pastoral, no siempre nos animan los verdaderos móviles de nuestra consagración y de nuestro ministerio, ni estamos dispuestos “a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza” (1Ped 3,15). ¿Compartimos nuestras expe-riencias espirituales? ¿De qué carecería el mundo de hoy si de im-proviso le faltara el carisma redentorista? ¿Qué puede decirle a nue-stra cultura la intuición                                   de Alfonso? ¿Estamos preparados para co-municar la evidente actualidad de la espiritualidad redentorista y pro-ponerla a los laicos para que la compartan con nosotros, y a los jóvenes para que hagan de ella un proyecto de vida? ¿Nos mostra-mos como “escuela de verdadera espiritualidad evangélica (Vita consecrata, 93)?
  11. Estas preguntas requieren no sólo un serio compromiso auto-formación, sino también recuperar la “identidad” personal y un auténtico clima de familia. En este sentido, tal vez sea fiel “ter-mómetro” del problema de la espiritualidad el gozo que habitual-mente vemos como presente, o ausente, a nivel de personas y de comunidad. Todos deberemos recuperar un sentido de pertenencia y de sano orgullo de ser redentoristas. Quizá sea ésta la razón que resume todas las demás y que indujo al Capítulo General a optar por el tema de la espiritualidad.

Elementos de la espiritualidad redentorista

  1. Quienes participaron en el XXII Capítulo General, o lo siguieron a través de los medios de comunicación, o con la lectura, por ejemplo, del Mensaje final, las Orientaciones y los Postulados, compartirán con nosotros la siguiente impresión: en la mayoría de los casos, la atención del Capítulo se centró más en la “espiritualidad” como tal que en la “espiritualidad redentorista”. No queremos sugerir con esto, en modo alguno, la idea de una dicotomía entre estas dos reali-dades; la espiritualidad se ha                                   desarrollado en nuestra concreta vo-cación y lo ha hecho en cuanto “redentoristas” y, por consiguiente, no puede concebirse aquélla prescindiendo de esta connotación. Pero conviene tener en cuenta el lenguaje usado por el Capítulo. La insis-tencia con que allí se trató una y otra vez de “espiritualidad” en ge-neral nos lleva a sacar, al menos, tres consecuencias.
  2. Primera: que se van redescubriendo los “fundamentos” de nuestra vida espiritual. Mucho más que un conocimiento específico de nue-stro carisma, necesitamos comprender la estructura de una vida de fe y el sentido elemental de la consagración. Pues si ese conoci-miento específico se volviera fin en sí mismo, correría el peligro de ser un ejercicio puramente académico.
  3. Segunda consecuencia: no debemos ser miopes centrándonos exclusivamente en lo específicamente nuestro, olvidando el amplio y exigente horizonte de la espiritualidad       en la que se inserta el caris-ma redentorista. “En la Iglesia, santa y grande, la Congregación no es una capilla lateral. Su misión la coloca en el centro de la iglesia, allí donde se encuentra el altar en el que se celebra el misterio de la Pascua de Cristo por la salvación del mundo. Está llamada a realizar lo que es central, a continuar a Cristo y el acontecimiento de la salva-ción que está en Cristo. ¿Cuál es, por consiguiente, su especificidad en el conjunto de la Iglesia? Su especificidad consiste en la realiza-ción de lo esencial de acuerdo con una vigorosa plenitud” (F.X. Durwell cssr). No debemos pretender, por consiguiente, que nuestra espiritualidad posea elementos exclusivos en la Iglesia. Gran parte de los elementos tradicionalmente considerados como “redento-ristas” (predicar a los pobres, misiones populares, Vida devota, etc.) tienen su réplica en otras espiritualidades y en otras Familias Re-ligiosas; lo que en cierto sentido nos caracteriza, se encuentra, más bien, en el modo como estos elementos se conjuntan. Este modo, a su vez, supone otros muchos factores: estilo de vida personal, forma de comportarse y de hablar, un cierto clima comunitario, etc., ele-mentos todos que – a cuantos se acercan a nosotros y nos conocen – hacen que de forma espontánea digan: “éste es un redentorista”.
  4. Una tercera consecuencia: – hay que señalar que se trata de la más importante – el que se haya elegido el tema de la espiritualidad (todavía antes que el de “espiritualidad redentorista”) pretende que nos examinemos acerca de nuestra relación personal con Cristo a fin de ver si ésta “inspira efectivamente y de modo privilegiado nuestro estilo de vida” (Mensaje final, 1). “En cualquier contexto en que se viva, creemos que todos los redentoristas estamos llamados a cen-trar hoy nuestra atención en un aspecto fundamental de nuestra espi-ritualidad, es decir, en la forma en que nutrimos y expresamos nue-stra relación de fe con Jesús” (Mensaje final, 3). En esta relación, el Espíritu Santo es quien incesantemente nos atrae y nos anima. Es él quien suscita el deseo de una respuesta plena, haciendo de cada uno de nosotros una persona “cristiforme” (Vita consecrata, 19). Es él quien “persuade” nuestra inteligencia, haciéndola aceptar con gozo y por amor, lo que a los ojos humanos aparece simplemente como “locura”.
  5. Con respecto a la espiritualidad redentorista, nuestras Constitu-ciones nos ofrecen material suficiente para definirla. Orando con ellas, estudiándolas, comprenderemos el porqué de nuestra voca-ción y los rasgos esenciales que la caracterizan. En sus páginas en-contramos cómo entender los distintos aspectos de la identidad re-dentorista que, substancialmente, consiste en el “seguir el ejemplo de Jesucristo Salvador, en la predicación de la divina Palabra a los pobres” (Cons. 1). Una creciente familiaridad con nuestra “Regla de vida” nos permitirá abarcar, en una visión de conjunto, nuestra espiri-tualidad, que, de otra forma, quedaría difusa.
  6. A la luz de la tradición en la que esta espiritualidad ha nacido, podemos individualizar, distinguiendo lo esencial de lo secundario, algunos elementos constitutivos de la misma que, a continuación, proponemos a vuestra consideración sin pretender con ello ni abarcarlo todo, ni tampoco hacerlo con un rigor metodológico:
  • somos redentoristas: nuestra espiritualidad se sitúa en la teología de la encarnación;
  • somos misioneros y, por lo mismo, esencialmente anunciadores del Evangelio cuyo corazón es la miseri-cordia;
  • el redentorista tiene un sentido “popular”, una habili-dad para aproximarse fácilmente a la gente y utiliza un lenguaje sencillo;
  • la espiritualidad redentorista es fuente y fruto de la misión (Mensaje final, n. 6);
  • el redentorista siente compasión por los pobres;
  • nuestro compromiso pastoral, especialmente con los pobres y abandonados, es constitutivo de nuestra espiritualidad (Mensaje final, n. 8).
  1. Creemos, igualmente, que a la Virgen del Perpetuo Socorro hay que otorgarle un lugar más amplio y explícito en nuestra espiritua-lidad. El celo y la creatividad de los redentoristas han hecho que éste sea el icono más difundido del mundo; también puede ayudarnos a descubrir nuestro carisma. El título de “Perpetuo Socorro”, por otra parte, se encuentra   en total consonancia con el tema de la Copiosa Redemptio.
  2. No debemos olvidar, sin embargo, que la nuestra, es también una espiritualidad comunitaria, se encuentra en la comunidad y debe manifestarse, por lo mismo, en estructuras concretas comunitarias, otorgándole el debido espacio ante todo a la Palabra de Dios, a la liturgia y a la Eucaristía (cfr. Const. 27). Si consideramos el proceso de nuestra vocación, constatamos que la espiritualidad no la hemos aprendido en los libros, sino en los cohermanos, en su estilo de vida, en un determinado método de trabajo y de apostolado sostenido en el tiempo y que nosotros poco a poco hemos “asimilado”. Volviendo todavía más atrás en el tiempo, vemos cómo nuestra propia Congre-gación se ha caracterizado, desde su nacimiento, por unas determi-nadas opciones concretas y operativas (por ejemplo, la “encarna-ción”, la predilección de Cristo por los pobres, el fundar nuestras ca-sas entre los más abandonados). En todo caso, al abordar el tema de la espiritualidad debemos hacernos algunas preguntas: como la de si nuestro testimonio es real y, de alguna forma, perceptible; o la de si nuestras estructuras comunitarias y apostólicas están al servi-cio de este testimonio.
  3. Por todo esto, la opción que el Capítulo hizo a favor de la espiritua-lidad redentorista nos es de vital importancia, y esto, al menos por tres motivos fundamentales:
  • un motivo psicológico implica que en la espiritualidad está en juego nuestra propia identidad. Es en el carisma redentorista hemos apostado nuestra existencia; en esa “intuición en el Espíritu” hemos descubierto nuestro propio rostro. Las dificultades inherentes a nuestro tiempo, así como lo inadecuado de las estructuras, suponen cierta-mente un problema, pero superable si este objetivo encuen-tra en nuestro interior la importancia que debe;
  • una razón teológica nos recuerda lo que nuestro Fun-dador dice: “Dios quiere que todos sean santos, y cada uno en su estado, el religioso como religioso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote, el casado como ca-sado, el comerciante como comerciante, el soldado como soldado, y así refiriéndose a cualquier otro estado” (Práctica del amor a Jesucristo, cap. VIII). Si cada uno está llamado a ser santo en el propio estado, igualmente lo estamos noso-tros al “abrazar” el nuestro y buscando la voluntad de Dios como redentorista hoy;
  • un motivo apostólico nos dice que andar entre los pobres sin llevar a Dios con nosotros conlleva el peligro de aprovecharse de ellos. Desde la experiencia del amor de Dios fue como San Alfonso comprendió mejor las necesi-dades de los pobres. Rebajar el nivel de nuestra espirituali-dad y pretender al mismo tiempo ser creíbles a la mirada de los pobres, es algo ilusorio por nuestra parte y un engaño hacia los mismo Es nuestro mismo proyecto apo-stólico el que se expone al fracaso.

Algunas consecuencias para nuestra vida

  1. “Creemos que a la Congregación se le está ofreciendo una espe-cial gracia de conversión al Redentor”. Esta afirmación del Mensaje final del Capítulo (n. 5) corre el peligro de ser tomada como una de tantas recomendaciones que pasan inadvertidas en orden a la reno-vación de nuestra vida. En determinados ambientes nuestros se hace difícil encarar el tema de la conversión por temor a poner en peligro derechos adquiridos o un determinado estilo de vida que se ha llegado a ser “intocable”. Pero ese puesto central de la espirituali-dad en nuestra existencia no es para favorecer un sentimiento de culpa o a crear desánimo, sino para la apertura a la novedad de Dios. “Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis? (Is 43,19).
  2. Toda conversión es para el hoy. “Escuchad hoy su voz: «No endu-rezcáis el corazón»” (Sal 95,8). Una atenta mirada a nuestro tiempo nos hará comprender que dar largas a esta conversión puede ser nefasto para el futuro de la Congregación y para el propio significado de nuestra misión. Hoy entendemos mejor lo que significa “continuar al Redentor” entre los más abandonados, así como el hambre espiri-tual que tiene la humanidad, tantas veces disimulado o instrumenta-lizado. Hoy disponemos todavía de suficientes energías personales y morales para una determinación concreta y valiente.
  3. La elección de la espiritualidad supone reconocer la necesidad urgente de recuperar aquella actitud capaz de sostener un proyecto apostólico. Debemos fomentar una “mirada contemplativa de la vida” (Orientaciones sobre el tema de la espiritualidad, Introducción), de forma que descubramos la riqueza de nuestro mundo interior (cfr. Cons. 24). En sintonía con este mundo, podremos dialogar entonces con Dios como hijos y alentar en nosotros una memoria de los “pasos” que Dios ha dado en nuestra historia para hacernos suyos. Después, tendremos que redescubrirnos personal-mente como “re-dimidos” para ser, de modo convincente, “redentoristas”. Además, un estilo de vida perennemente “superficial”, incapaz de meditar, de centrarse en la palabra de Dios y del silencio, no es base sólida para sostener un proyecto de espiritualidad. El problema, en fin, se agu-diza cuando esta incapacidad llega a convertirse en “estilo de vida comunitario”. Es cierto, por otra parte, que se dan situaciones comu-nitarias en las que resulta difícil salvaguardar un clima de silencio y de oración; y en algunas ocasiones es justo que sea así. Sin embar-go, toda comunidad debería examinarse sobre este punto a fin de encontrar soluciones adecuadas que corrijan el evidente desequi-librio que, en ocasiones, se da entre la necesidad de espiritualidad y los momentos o medios que se ofrecen para satisfacer esta necesi-dad a nivel personal y comunitario.
  4. Si la conversión exige un compromiso ad intra, tampoco debemos olvidar que debemos proyectarnos igualmente ad extra, al doble compromiso con la Iglesia y con el reino de Dios, dentro del cual encuentra sentido nuestro carisma. Esto requiere articular las justas relaciones con las estructuras eclesiales locales, conocer mejor los otros carismas e inspirar cada vez más nuestro servicio en la gratui-dad. Esto pide, igualmente, un mayor empeño por conocer cómo vive hoy la Congregación su carisma y lo lleva a la práctica – fre-cuentemente con heroísmo y creatividad – en las diversas Regiones del mundo. Esto supone, finalmente, un serio esfuerzo formativo a fin de revalorizar nuestro servicio a la Iglesia y al mundo.
  5. La conversión ad extra nos invita sobre todo a acercarnos al tema de la espiritualidad teniendo como criterio nuestro servicio a la mi-sión. “Nuestra espiritualidad se configura también en el desafío del compromiso con las luchas y sufrimientos de los pobres, en los que Jesús se nos revela como el Siervo Sufriente” (Mensaje final, 6). Como los Capitulares, también nosotros debemos preguntarnos “en qué medida el compromiso con los pobres es una expresión de nue-stra espiritualidad y de qué modo nos ayuda a desarrollar una espi-ritualidad más auténtica” (Mensaje final, 8).
  6. Estas preguntas deben acompañar nuestro habitual modo de con-siderar la espiritualidad y nuestro estilo de oración personal y comu-nitaria. Una espiritualidad suele generalmente forjarse por medio de acontecimientos que nos impresionaron o que suscitaron en noso-tros determinadas preguntas profundas; noticias que nos conmo-cionaron, momentos de especial conflicto con nosotros mismos o con los demás, períodos de la vida particularmente conflictivos, etc. Pensamos que el redentorista debe poner en el centro de su oración personal y comunitaria el clamor de los pobres, sus preocupaciones, los problemas de la vida cotidiana, las situaciones de injusticia y de opresión. Esto le permitirá no sólo contribuir a la Copiosa Redem-ptio, sino también mantener limpia su mirada al servicio de un apostolado generoso y concreto.
  7. El desafío de la espiritualidad debe llevarnos al deseo de identifi-carnos con los pobres, ante los que muchos redentoristas, comen-zando por San Alfonso, tuvieron una auténtica conversión. Pero ¿esta conversión interior se refleja también en nuestro estilo de vida marcado por la simplicidad y la austeridad? ¿Nos prevenimos sufi-cientemente ante el peligro del consumismo? ¿Cómo podrán nue-stros sentidos estar atentos al clamor de los pobres si el ruido del mundo nos ha hecho sordos a ellos o nuestras costumbres son tan distintas de las suyas?
  8. Si esta espiritualidad “se modela por nuestra dedicación a los pobres”, debe igualmente, ir acompañada de una formación con-tinua. Todos debemos motivar teológica y apostólicamente nuestro servicio a los pobres en este período de nuestra historia en el que la caída de las grandes ideologías ha terminado finalmente por mar-ginar a los más abandonados. Debemos partir valientemente de preguntas como éstas: ¿hasta qué punto nuestra espiritualidad                                   es signo de contradicción para la sociedad en que vivimos? Nuestro estar en el mundo ¿nos hace mirar de modo acrítico y pasivo la lógica del mundo (Jn 17, 11.14)? ¿Nos acomodamos a la sociedad, o somos, más bien, un signo para ella? ¿Qué sentido tiene nuestra “profecía” al anunciar el Evangelio y el carisma redentorista? A los ojos de los jóvenes ¿nuestro carisma es claro y convincente como propuesta vocacional? ¿Qué actitud tenemos en el diálogo con las otras iglesias, religiones o culturas?
  9. Todas estas preguntas pueden parecernos, tal vez, exigentes hasta el punto de desanimarnos o de hacernos creer que el Gobier-no General mira el presente y el futuro de la Congregación con un cierto pesimismo. Queremos resaltar, más bien, la gran confianza que anima tanto nuestro servicio como nuestra idea acerca del papel que la historia nos pide que llevemos a cabo. La espiritualidad, por su parte, nos permite hacer más convincente este cometido y más incisivo nuestro servicio. Esta confianza se fundamenta también en lo atractivo de nuestra historia: en ella encontramos raíces suficiente-mente profundas como para que el Espíritu Santo produzca hoy nueva savia. Muchos testigos de nuestra tradición, los extraordi-narios y los más comunes, ponen de relieve todavía hoy una santidad gozosa, no exenta de problemas, pero humanamente alentadora. Su comunión entusiasta con el Cristo Redentor y la apertura para reco-nocerlo en los pobres, nos indican que el “desafío” continúa siendo plenamente actual porque a Cristo (Mt 28,20) y a los pobres (Mc 14,7) los tendremos siempre con nosotros. ¡Jamás nos faltará la “materia prima” para una dedicación generosa! La espiritualidad con la que siempre han afrontado los redentoristas esta dedicación con-tinúa siendo actual.
  10. Este “ajetreo” propio de nuestro tiempo han de afrontarlo en pri-mera línea los superiores, tanto locales como (Vice)Provinciales. Ante la variada gama de servicios que exige su oficio y, sobre todo, a falta de los que en otro tiempo fueron puntos comunes de referen-cia (Regla, horario, obediencia absoluta, etc.), pueden sentirse a veces poco preparados o desanimados. La espiritualidad, en cam-bio, les lleva hasta las raíces más profundas de su servicio (y que no son otras que las del amor y preocupación por las personas), les pide ser pastores antes que administradores. Sabemos que esto no es suficiente para el cumplimiento óptimo de su mandato, pero con-tribuye, sin duda, a proporcionarles sentido y perspectivas de espe-ranza.

Conclusión

  1. Pensamos que esta Communicanda debe mantener vivo un pro-ceso de discernimiento iniciado con el Capítulo General, incluso allí donde aún no se ha manifestado mediante ninguna acción concreta. Se trata de un proceso del que nadie – incluido el propio               Gobierno General – debe sentirse dispensado. El tema escogido por el Ca-pítulo General dará su fruto si encuentra eco a nivel local y viene actuado con buenas iniciativas. Y si a nivel (Vice)Provincial habrá que ocuparse del programa que oportunamente haya organizado el Gobierno (Vive)Provincial (por ejemplo, promoción de cursos de for-mación, encuentros de reflexión, asambleas o Capítulos provinciales, etc.), a nivel local, toda comunidad puede y debe prever momentos de reflexión y de decisión sobre la espiritualidad (revisión de vida, organización y sentido de la oración, etc.); momentos que será opor-tuno introducir en el “proyecto de vida comunitaria” que pidió el Ca-pítulo General (Postulado 3.1).
  2. En orden a la puesta en práctica de la elección hecha por el Ca-pítulo General, son de gran ayuda las Orientaciones sobre el tema de la espiritualidad, que se consideran orgánicamente unidas a esta Communicanda. Creemos que con estas Orientaciones, el Capítulo ha proporcionado a las diversas Unidades un material rico en posibi-lidades y en iniciativas concretas a nivel local. Cada (Vice)Provincia puede encontrar en ellas lo necesario para confeccionar un progra-ma que se adapte a su propia situación, y para cuya concreción será oportuno contar también con la ayuda de las Religiosas de la Orden del Santísimo Redentor y de los Misioneros y Cooperadores Laicos Redentoristas.
  3. El Gobierno General, por su parte, se propone desarrollar “un pro-grama de renovación para los cohermanos basado en las fuentes alfonsianas y redentoristas, si fuera posible en los lugares históricos alfonsianos” (Postulados aprobados por el XII Capítulo General, 4,1) y “proseguir con la idea de promover con mayor frecuencia cursos de espiritualidad de la manera que se juzgue más oportuna” (4,2). Re-cordamos, igualmente, que están previstas “en las Regiones y hacia la mitad del sexenio, reuniones de Superiores Mayores y de Supe-riores Regionales a fin de evaluar la respuesta de las unidades al XXII Capítulo General (Orientaciones sobre el tema de la espiritua-lidad, 10.1) y el encuentro – considerado ya como positivo en el pasado sexenio – de los neoelectos Superiores Mayores de las diversas (Vice)Provin-cias. Creemos, además, que esta Communi-canda puede y debe ser útil durante la visita del Gobierno General a las Provincias en vistas                                   a un diálogo sobre los temas tratados y su aplicación a las situaciones concretas. No obstante, consideramos indispensable la colaboración de las (Vice)Provincias en la realiza-ción concreta de estos programas y – cosa todavía más importante – nos urge ya desde ahora una respuesta de las diferentes (Vice)Pro-vincias a las siguientes preguntas: ¿Qué puntos de la Communican-da reflejan mejor los problemas a nivel local? ¿Qué decisiones con-cretas a adoptar se proponen en ella? ¿Qué ayuda se espera del Gobierno General?
  4. Queridos cohermanos, en este año 1998, que la Iglesia quiere que se dedique de modo particular a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, confiamos a la acción fecunda y creadora del Espíritu San-to estas pautas de reflexión. Que él “nos haga gustar de su amistad, nos llene de su alegría y de su consuelo, nos ayude a superar los mo-mentos de dificultad y a levantarnos con confianza tras las caídas, haga que seamos espejo de la belleza divina. Que nos dé el arrojo para hacer frente a los retos de nuestro tiempo y la gracia de llevar a los hombres la benevolencia y la humanidad de nuestro Salvador Jesucristo” (cfr. Vita consecrata, 111).

A todos vosotros nuestros saludos más cordiales y fraternos, que os rogamos hacer extensivos a las cohermanas de la Orden del SS. Re-dentor, a las demás Religiosas de la familia Alfonsiana, a los Misi-oneros y Cooperadores Laicos Redentoristas.

En nombre del Consejo General

Joseph W. Tobin, C.Ss.R.

Superior General

(El texto original es el italiano.)

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