DE UN MISMO PENSAR Y DE UN MISMO SENTIR (Hechos 4, 32) Reflexión sobre la solidaridad en la Congregación

0
47865

Communicanda IV – 1997-2003


COMMUNICANDA IV
Nr. Prot. 0000  292/01
31 de marzo de 2002
Resurrección del Señor

Queridos cohermanos:

Me complace ofrecer a la Congregación esta primera Communicanda del nuevo milenio y pedirles que se unan a mi reflexión sobre un signo de esperanza que percibo en ella. Puesto que, ciertamente, existen diversos motivos para mirar el futuro con confianza, en esta carta me fijaré solamente en uno que expongo a su consideración: veo un creciente espíritu de solidaridad en la Congregación; es decir, una creciente unanimidad en el pensar y en el sentir así como un fortalecimiento de los vínculos que unen a la familia Redentorista global y que nos llevan a una acción misionera más eficaz.

¿Por qué escribo esta carta?

Esta solidaridad es, a la vez, el resultado de la renovación que ha tenido lugar en la Congregación durante los últimos cuarenta años y fruto también de las fuerzas de globalización que están conformando nuestro mundo. Pienso que debemos reconocer los positivos desarrollos actualmente presentes en la vida de nuestra Congregación, y mirar juntos el futuro en un esfuerzo por discernir lo que Dios quiere de nuestro Instituto.

Una reflexión sobre la solidaridad debe interesarnos, además, para continuar trabajando en el tema de este sexenio. Nos ayuda nuestra espiritualidad a contestar las “básicas y, a menudo, inquietantes preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Para qué existimos? ¿Cómo debemos vivir?” (Communicanda 2, de enero de 1999, n. 8). Pienso también que una reflexión sobre la solidaridad nos llevará a cuestionarnos ¿cómo nos relacionamos mutuamente dentro de la Congregación? y ¿cómo reac-cionamos, teniéndonos mutuamente en cuenta, ante los acontecimientos de nue-stro mundo? O a hacernos preguntas como éstas otras: “¿Hemos sido llamados a una congregación internacional o a una federación de (vice)provincias?” o “¿Nos sentimos incómodos ante un modelo de economía global que divide y fomenta la discriminación en nuestro mundo?” Todas estas preguntas son de orden espiritual. Nos invitan a reflexionar sobre lo que somos, sobre aquello que valoramos y sobre la forma en que debemos vivir.

Finalmente, veo esta carta en conexión con un proyecto decisivo y ya en marcha dentro de la Congregación: la preparación del próximo Capítulo General. Espero que esta Communicanda contribuya a la reflexión con la que se va preparando la Congregación para un momento excepcional de solidaridad: el XXIII Capítulo General que se celebrará en 2003.

La preparación de este texto

Las reuniones Regionales a mitad de sexenio

Permítanme decirles algo de cómo se gestó esta carta. En 1999, el Consejo General preparó la agenda para las seis reuniones Regionales de la Congregación que tendrían lugar a mitad de este sexenio. En un periodo de doce mes, de enero de 2000 a enero de 2001, los superiores mayores de todas las regiones se reunieron con los miembros del Consejo General; primero, en Madagascar, después en Estados Unidos, Brasil, Filipinas, Italia y Polonia.

El Consejo General, siguiendo la recomendación del último Capítulo General, pidió a los superiores mayores que abordaran los mismos temas en todos los encuentros regionales. En el programa se incluían el tema del sexenio sobre la espiritualidad, la vocación de Hermano en la Congregación y los temas que tenían que ver con la preparación del próximo Capítulo General. Se dedicó también un tiempo a temas de interés particular de cada Región.

Además de estos temas, yo personalmente presenté la solidaridad como un especial signo de esperanza que veo en la Congregación y que, previamente, ya había tenido oportunidad de discutir con los superiores mayores en cuanto “signo de los tiempos”. Incluso entonces pensaba en la posibilidad de publicar el mensaje en forma de Communicanda para comprometer en su reflexión a todos los cohermanos. En cada uno de los seis encuentros regionales se presentó un mismo boceto del texto y los superiores aportaron sugerencias muy útiles. Con entusiasmo, estuvieron de acuerdo en continuar con el estudio del tema de la solidaridad y me animaron a que se publicara una Communicanda sobre el mismo.

Reflexión de la Unión de Superiores Generales

Hacia finales del año 2000, juntamente con otros superiores generales de religio-sos varones, participé en una reflexión sobre el futuro de la vida consagrada en un mundo globalizado. Fue con ocasión de la reunión que semestralmente celebra la Unión de Superiores Generales (22-25 de noviembre de 2000) y en la que estudiamos un documento de trabajo preparado por la comisión teológica internacional de la Unión. A primera vista, diríase que fuera necesario un diccionario teológico para entenderlo. El documento se titulaba “Desde el interior de la Globalización: hacia una comunión descentralizada e intercultural. Implicaciones eclesiológicas para la administración de nuestros Institutos” (publicado el 8 de diciembre de 2000). Representaba el fruto de tres años de diálogo entre los teólogos y los superiores generales sobre los rápidos cambios de horizonte en que la vida consagrada se mueve hoy día. El texto ofrece una valiosa perspectiva desde la que situar temas como el de la inculturación del carisma y el de la descentralización en un contexto de fenómenos sociológicos, culturales y económicos nuevos. El debate, al menos, me convenció de que la mayoría de los responsables de las órdenes y congregaciones internacionales tratan de hacer frente a temas tales como éste: “¿De qué forma pensar globalmente y actuar localmente?”

El mundo en el 2002

Los informativos que hablan de lo que ocurre alrededor del mundo, nos llevan a muchos a pensar en lo estrechamente relacionados que se encuentran entre sí, por un tipo de vínculos absolutamente nuevos, todos los pueblos de la tierra. Sin que importe la riqueza ni el poder que se posea, ningún estado puede pretender vivir en paz si permanece en total aislamiento. La prosperidad de un país puede construirse sobre la miseria de otros muchos. Decisiones tomadas o ignoradas en una nación tienen un serio impacto en tierras lejanas. Las consecuencias pueden ser terribles si no acertamos a globalizar la solidaridad entre los ciudadanos del mundo.

Un motivo para la esperanza

Han pasado dos años desde que el primer esbozo de esta carta fuera discutido en la primera reunión Regional, en enero de 2000. Desde entonces, muchos acontecimientos han ido sucediéndose en el mundo y, algunos de ellos, puede que hayan engendrado en nosotros una duda real y un presagio nada halagüeño sobre nue-stro futuro como misioneros y, por supuesto, también como ciudadanos del mundo. Aún así, la preocupación central de este mensaje sigue siendo la esperanza y el esfuerzo por exponer los motivos de esperanza que nos acompañan – tarea nada fácil como hicimos notar en la primera Communicanda de este sexenio (Communicanda 1, 25 de febrero de 1998, n. 17). ¿Cómo atrevernos hoy a esperar? Con el Apóstol de las gentes, los misioneros Redentoristas continúan trabajando y esforzándose porque “tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todas las gentes, principalmente de los creyentes” (1 Tim. 4, 10). La razón por la que no nos arredramos ante las dificultades o las decepciones es porque estamos firmemente arraigados en la convicción de que hemos recibido una Misión y de que su Dador es digno de confianza, Dios, que, en Jesucristo, él mismo se ha unido a nosotros para siempre. ¿Puede darse un acto más dramático de solidaridad que nuestra redención?

Cuanto más profundizamos en la Misión concreta que se le ha encomendado a nuestra Congregación, más hondos son los deseos de muchos cohermanos de trabajar juntos. Estos deseos se traducen en una forma de vida que podemos llamar solidaridad: unanimidad en los objetivos y en el mutuo entendimiento dentro de la global familia Redentorista que conduce a una más eficaz acción misionera. ¿En qué percibo yo este espíritu que, de hecho, se da ya entre nosotros?

Signos de solidaridad

La mayoría de los Redentoristas quiere saber lo que pasa en nuestra Congrega-ción en los diversos países en los que vivimos y trabajamos. Los miembros del Consejo General coinciden en que uno de los momentos culminantes de toda visita es cuando, en cada comunidad local, discutimos sobre la situación actual de nuestra misión global. Casi sin excepción, los cohermanos están ávidos de oír, de for-ma detallada, el relato de las luces y las sombras que existen hoy en la Congregación. La posibilidad de compartir esta información se da también por otras vías como: las reuniones internacionales, los boletines informativos publicados por el departamento de Comunicaciones, las cada vez más frecuentes visitas entre las distintas (vice)provincias y a través de la comunicación que permite Internet. Todo esto contribuye a aumentar el conocimiento de los esfuerzos que realizan los cohermanos en situaciones enormemente diferentes entre sí, y también a que dismi-nuya la aparente indiferencia o la falta de entendimiento que, a veces, existió entre provincias y regiones, principalmente porque nosotros, Redentoristas, sencillamente sabíamos poco los unos de los otros.

La solidaridad es más que el simple interés o el conocimiento de la situación de los demás. El mutuo conocimiento debe traducirse en acción concreta. Me complace señalar algunos “hechos” de nuestra hermandad a nivel internacional. Es digno de mención el hecho de que muchas de nuestras más recientes misiones ad gentes se han proyectado y sostenido con la colaboración de diversas unidades de la Congregación. Nuestra presencia misionera en Nigeria, Siberia, Corea y Bolivia son ejemplos de esta colaboración. Cuando visité Corea en 1999, el Arzobispo de Seúl me hizo la observación de que el éxito que estaban obteniendo los Redentoristas a la hora de atraer nuevos miembros se debía al hecho de que dábamos a los jóvenes la imagen de una comunidad de “rostro internacional”; es decir, una comunidad de hermanos procedentes de diferentes naciones y culturas a los que, efectivamente, unía el amor mutuo y el celo misionero. La misión de Corea empezó como una expresión de solidaridad entre las unidades de Asia y Oceanía, muchas de las cuales contribuyeron con fondos y personal a que se llevara nuestro carisma a dicha nación. Me siento feliz al ver cómo este espíritu fundador continúa aún. Hoy, los Redentoristas coreanos, tailandeses y filipinos viven y trabajan juntos dando, con ello, al pueblo coreano un vigoroso mensaje de hermandad.

Evidentemente, también en muchas otras unidades existe una larga tradición de Redentoristas de diversas nacionalidades que dan claro testimonio de comunión entre pueblos, razas y culturas diferentes; un testimonio que es tanto más significativo cuanto se da en un tiempo caracterizado por la globalización de los problemas y por el retorno de los ídolos del nacionalismo exagerado, el racismo y la xenofobia (cf. Vita Consecrata, 51). Entre las muchas familias religiosas de la Iglesia, esta clase de testimonio es la mejor contribución que pueden hacer las congregaciones internacionales como la nuestra.

Los últimos años han sido testigos de nuevas experiencias de solidaridad en la formación de los misioneros Redentoristas. Esta cooperación puede encontrarse tanto al nivel de la formación inicial como en el de la responsabilidad compartida al confeccionar programas conjuntos de formación continua o permanente. Algunas unidades trabajan conjuntamente en una etapa concreta de la formación, como es el noviciado compartido, mientras otras unidades dan la bienvenida en sus propios programas a los candidatos de otras (vice)provincias. Algunas Regiones patrocinan programas para la formación continua de los Redentoristas.

Algunas unidades están deseosas de compartir la abundancia que tienen de miem-bros jóvenes a fin de apoyar el ministerio de (vice)provincias envejecidas, haciendo así posible llevar a cabo iniciativas totalmente nuevas. Se comparten también recursos económicos entre los Redentoristas. Sin duda alguna, continúan dándose aún en la Congregación dramáticas diferencias en el estilo y nivel de vida al persistir en ella todavía estándares muy distintos en este sentido, pero no podemos ignorar la encomiable generosidad que practica un buen número de unidades con mayores recursos económicos. Algunas de estas unidades contribuyen regularmente al Fondo de Solidaridad y ayudan también, de forma discreta, a sus hermanos Redentoristas en tierras lejanas. Siempre que el Consejo General ha pedido a estas unidades ayuda para una provincia o vice-provincia en dificultades económicas, la respuesta, casi siempre, ha sido positiva y magnánima. Muchas (vice)provincias han hecho generosas aportaciones a proyectos tales como la reestructuración de la casa general, la Academia Alfonsiana y, más recientemente, un considerable esfuerzo por aumentar el patrimonio del Gobierno General (cf. XXII Capítulo General, postulado 9.5). Sin embargo, aún necesitamos descubrir medios eficaces para llevar a cabo la llamada “solidaridad mediante la ayuda al desarrollo” pedida por el último Capítulo General (Postulado 9.7).

Un tríptico de los Hechos de los Apóstoles

La Palabra de Dios nos muestra que la solidaridad es una cualidad esencial a la vida apostólica. Podemos encontrar una rica fuente de reflexión en los Hechos de los Apóstoles, sobre todo en la descripción que hacen de la comunidad apostólica. Permítanme proponer tres escenas de los Hechos, como en una especie de tríptico, que sirva para nuestra meditación. En el panel izquierdo veríamos a los Apóstoles y a María en oración (Hechos 1, 12-14), en el panel central se representaría la venida del Espíritu en Pentecostés (2, 1ss) y, finalmente, en el panel derecho se reflejaría la vida en común de los primeros Cristianos (4, 32-35). ¿Qué podemos observar en estas tres imágenes?

La solidaridad en la oración

El primer panel revela la importancia de la oración en la comunidad apostólica. La Misión que los apóstoles van a emprender no es algo que se han inventado ellos; Jesús les dice: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1, 8). Desde el principio, la Misión de los apóstoles es internacional e intercultural. La Misión es más grande que ellos mismos. Deben, por lo mismo, estar atentos y esperar la venida del Espíritu, el don de su Señor Resucitado, que les dará poder y los “guiará hasta la verdad plena” (cf. Jn 16, 13). Junto con la Madre del Señor y otras mujeres, los Apóstoles eran “constantes en la oración” (Hechos 1, 14).

La primera experiencia de solidaridad entre los discípulos es la oración. ¿Cabe imaginar una comunidad verdaderamente apostólica en la que la oración esté ausente o sea solamente una rutina? Sin la oración constante nos arriesgamos a reducir la Misión a pequeñas actividades que se corresponden exclusivamente con lo que queremos hacer o con lo que pensamos que podemos hacer. ¿Hasta qué punto dependemos del don del Espíritu para cerciorarnos dónde debemos dar testimonio del Señor Resucitado y poder realizar, así, nuestra misión? ¿Nos acompaña María en nuestra oración? ¿Está abierta nuestra oración comunitaria a otros discípulos, a nuestros colaboradores?

La solidaridad en la Misión

El panel central del tríptico muestra el día de Pentecostés, cuando el viento y el fuego del Espíritu Santo impulsan a los discípulos, apocados en la seguridad del cenáculo, a abrazar una misión universal. Los apóstoles hablan un lenguaje que puede ser entendido por todos y, desde los mismos comienzos, está claro que la Iglesia no es un bien de dominio privado, de una sola raza o nación. Más bien, el Espíritu Santo “globaliza” el Evangelio y, a través de los apóstoles, pone la salvación al alcance de todos.

Una enorme diversidad de situaciones sociales, económicas, políticas y eclesiales conforman la realidad de la Congregación hoy día. ¿Es razonable promover una especie de “cultura” Redentorista en medio de tal diversidad? Yo creo que es posible y que, de hecho, pueden descubrirse las características comunes que se dan en la vida de los Redentoristas del mundo entero. En el anterior sexenio, el Padre Lasso señaló algunas de estas características en su segunda Communicanda, Unidad en la Diversidad (14 de enero de 1994; cfr. especialmente los nn. 32-36). La fuente de esta unidad es el Espíritu, el mismo que une a la multitud de las gentes que oyen el Evangelio predicado el día de Pentecostés (Hechos 2, 7-12). El texto, sin embargo, no sugiere que todas estas personas sacrificaran su cultura en el momento del bautismo. Las diferentes razas y lenguas de las primitivas comunidades cristianas revelan, más bien, una fuerza de unidad que las conecta entre sí y las enriquece: el Espíritu Santo. Este mismo Espíritu ayuda a los miembros de nuestra Congregación a ser “de un mismo pensar y de un mismo sentir”.

Solidaridad en lo que se posee

El tercer y último panel del tríptico representa la descripción idílica de la primitiva comunidad cristiana donde todos los miembros comparten sus posesiones y permanecen unidos en la oración, en la asidua escucha de la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan (Hechos 2, 42-47; 4, 32-35). Debemos reconocer que la descripción que se hace de la unidad que disfruta la comunidad de Jerusalén puede ser también un tanto romántica y que el libro de los Hechos es bastante honesto al recordar los momentos más dolorosos cuando la comunidad se encuentra dividida por sectores étnicos (cf. Hechos 6, 1ss) o cuando Pedro y Pablo se enfrentan al comienzo del Concilio de Jerusalén (Hechos 15, 1) y, más tarde, en Antioquia (Gal 2, 11-14). Tales incomprensiones no contradicen la verdad de que la comunidad disfrutó de una notable unidad, claramente atribuible a la acción del Espíritu Santo.

La primitiva comunidad pudo compartir lo que tenían porque eran “de un mismo pensar y de un mismo sentir” (Hechos 4, 32). Los miembros no fueron forzados a ser generosos, sino que lo hicieron libremente porque tenían unanimidad de objetivos (“un mismo pensar”) y unión de corazones (“un mismo sentir”). Esta unidad, realizada por el Espíritu Santo, produjo una caridad que fue suficiente para satisfacer las necesidades de la comunidad (Hechos 4, 34). Esta solidaridad efectiva no es simplemente un imperativo moral. Los apóstoles oraron mientras esperaban (cenáculo) y se les dio el Espíritu y éste les condujo a su Misión (Pentecostés). El entregar sus bienes y sus mismas vidas es una respuesta necesaria a los dones del Espíritu y está íntimamente ligada a la Misión apostólica.

¿No es cierto que cuanto más permitamos al Espíritu hacer que seamos “de un mismo pensar y de un mismo sentir” tanto más estaremos deseosos de compartir lo que tenemos? A pesar de las enormes diferencias de situaciones culturales en que se encuentra la Congregación hoy día, el Espíritu nos ofrece un estímulo para la unidad. Es la común vocación que todos nosotros compartimos: “seguir el ejemplo de Cristo por medio de la vida apostólica, que comprende a la vez la vida de especial consagración a Dios y la actividad misionera” (Constitución 1). La aceptación de este principio fundamental de unidad, cuyo valor pondrán de manifiesto y matizarán las demás Constituciones y Estatutos, hace que la verdadera solidaridad sea posible entre los Redentoristas.

Orientaciones para el futuro

La efusión del Espíritu Santo y la predicación de los apóstoles inducen a las muchedumbres en las calles de Jerusalén a una pregunta: “¿Qué debemos hacer, hermanos?” (Hechos 2, 37). Lo rápidamente que cambia la faz de nuestro mundo, el mismo mundo donde debemos proclamar el Evangelio, debe llevarnos a hacernos unos a otros la misma pregunta: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?” Si la respuesta es: “haremos lo que siempre hemos hecho”, nos estaremos equivocando de forma trágica.

Solidaridad dentro de la (Vice)Provincia

El desafío consiste en globalizar la solidaridad dentro de la Congregación en función de nuestra Misión mundial. Cuando en las reuniones Regionales de 2000-2001 compartí el primer boceto de este texto, un buen número de superiores mayores me pidió, sin embargo, que no pensara en la solidaridad solamente en términos mundiales; la unanimidad en el pensar y en el sentir debe caracterizar la vida de los Redentoristas también dentro de cada provincia y viceprovincia. Desgraciadamente, hay unidades donde el diálogo y el discernimiento no forman parte de la vida de la Congregación. En estos casos, generalmente, falta en ellas una visión compartida sobre el futuro y el sentido de corresponsabilidad que son un principio esencial de nuestro gobierno (Const. 92). El resultado es la fragmentación de la (vice)provincia juntamente con un estancamiento en el celo misionero. ¿Es lógico esperar que se tenga sentido de solidaridad con los Redentoristas que trabajan en otras unidades si nosotros mismos, en la práctica, sentimos poca responsabilidad por el futuro de nuestra (Vice)Provincia?

Solidaridad en la formación

Existe una creciente necesidad de mayor colaboración en la formación inicial de los misioneros Redentoristas. Como ya he hecho notar antes, la colaboración en esta área ha crecido entre algunas (vice)provincias. Esto se ha evidenciado en un reparto de responsabilidades entre las diferentes unidades al compartir una misma casa o programa de formación. Pienso que necesitamos avanzar todavía más en esta dirección. El último Capítulo General reconoció la necesidad de ofrecer a los directores de formación una preparación adecuada (Orientaciones, 5.2), ofrecer cursos sobre nuestra historia y espiritualidad (Ibid., 5.3) y de que se dé especial atención a la etapa de transición de la formación inicial a las comunidades apostóli-cas (5.6), así como que se estimulen los encuentros interprovinciales de formadores y el intercambio del personal académico (5.5). Estas expectativas exigen una mayor colaboración entre las (vice)provincias así como la ayuda del Gobierno General.

La formación inicial de los Redentoristas comporta otros desafíos que pueden afrontarse mejor mediante alguna forma de solidaridad. Por ejemplo, algunas unidades cargan con el peso de llevar adelante un gran número de futuros Redentoristas mientras otras muchas (vice)provincias tienen tan sólo un puñado de candidatos. Ambas situaciones me preocupan, pero particularmente la última. ¿Es normal continuar con un programa de formación en el que los estudiantes tienen un contacto muy limitado con otros Redentoristas de su misma edad? Y no olvidemos el fenómeno de inmigrantes y refugiados que están creando sociedades multiculturales, frecuentemente en situación de grandes urgencias pastorales. En un mundo donde una de cada cuarenta y cinco personas es refugiado o inmigrante, hay necesidad urgente de misioneros que puedan ejercitar su ministerio en circunstancias culturales diferentes a aquellas en que nacieron. El programa de forma-ción inicial debe preparar a nuestros jóvenes para estas nuevas situaciones. Creo que el futuro de la Congregación estará más garantizado si somos capaces de encontrar nuevas formas de colaboración en la primera formación de los misioneros Redentoristas.

Estructuras de la Congregación

Estoy convencido de que la Misión de la Congregación requerirá en el futuro que descubramos nuevas estructuras internas. Mientras el actual sistema de provincias, vice-provincias y regiones nos ha servido muy bien durante, aproximadamente, siglo y medio, me pregunto si estas mismas estructuras serán adecuadas para el futuro. ¿No deberemos descubrir nuevos modelos de gobierno que refuercen nuestra movilidad y flexibilidad? Hoy día, se dan ciertamente casos en la Congregación en los que el mantenimiento de una estructura existente, como una provincia o viceprovincia, exige un tremendo coste en personal y en recursos materiales. ¿No podríamos imaginar una forma diferente de organizar el Gobierno General a fin de que sirviera mejor a la unidad y a la pluralidad de la Congregación? Aparte ya del sistema de provincias, ¿no necesitamos alguna forma de estructura intermedia que coordine el trabajo misionero de los Redentoristas en una misma área geográfica? Una unidad de objetivos juntamente con la simpatía hacia los Redentoristas que viven fuera de los límites de la propia unidad particular nos ayudará a descubrir nuevas estructuras que sostendrán nuestra Misión en el vigésimo primer siglo.

Las Prioridades Regionales

Las unidades de algunas Regiones han comenzado ya a mirar más allá de sus propios límites individuales para reconocer el valor de un determinado apostolado que responde a una situación de urgencia pastoral y que sólo podrá abordarse si varias (vice)provincias trabajan juntas. Estas unidades empiezan a hacer frente a prioridades Regionales mediante cohermanos de la Región que se comprometen a llevar a cabo trabajos pastorales que, originariamente, formaban parte del proyecto de una sola unidad, o bien a colaborar en una iniciativa completamente nueva de la Región. Los responsables de las (vice)provincias de América del Norte y de Europa Norte ya han empezado a dialogar sobre la viabilidad de prioridades conjuntas de sus respectivas Regiones.

Comunidades Internacionales

El último Capítulo General expresó su apoyo al establecimiento de comunidades internacionales de Redentoristas al servicio de nuestra Misión (XXII Capítulo General, postulado 3.2). Aunque no se trate de una panacea o solución universal a problemas tales como el envejecimiento de las provincias que tienen pocas vocaciones, creo firmemente que las comunidades internacionales son una potente expresión de nuestro carisma en un mundo de globalización. ¿No deberíamos buscar nuevas formas de solidaridad, incluyendo las comunidades internacionales, a fin de predicar el Evangelio a comunidades hispanas y asiáticas en América del Norte? ¿Podemos garantizar que nuestro carisma contribuirá a la nueva evangelización de Europa? La vida en una comunidad internacional no siempre está exenta de dificultades, pero puede ser muy enriquecedora. Yo lo sé. Tengo el privilegio de vivir en una.

Conclusión

La nueva situación del mundo y de nuestra Iglesia invita a todos los Redentoristas a mirar más allá de las fronteras de las propias unidades individuales y a considerar las más vastas urgencias de nuestra Misión. Creo que existen ya en la Congregación ejemplos prometedores de solidaridad y que éstos son una base para futuros esfuerzos. Nuestra confianza está en el Espíritu de Cristo que nos permite “clamar Abba” a quien continúa enviándonos a predicar la Buena Nueva y que nos hace sabedores de la necesidad que tenemos unos de otros para llevar a cabo la Misión que nos ha confiado.

Con la imagen ante nuestros ojos de María y los Apóstoles en el cenáculo, les invito a profundizar en nuestra solidaridad en la oración, en tanto confiamos que el Señor nos abrirá aún más al trabajo del Espíritu de manera que podamos ser de “un mismo pensar y de un mismo sentir”, de palabra y de obra, para el bien de nuestra Misión.

En nombre del Consejo General,

Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Superior General

(El texto original es el inglés.)